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Poesía y Humanidades

Guadalupe Dueñas y la conciencia de lo grotesco | El espejo enterrado #27

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El espejo enterrado #27, una columna de Daniel Luna


La literatura mexicana ha evolucionado en distintos niveles según las demandas de sus lectores. El contexto social de cada obra proporciona importantes datos que deben considerarse para el análisis de cualquier elemento, pero las necesidades de quienes las crean, es decir los artistas, son el punto de partida de una nueva etapa para la cultura y recepción de todo un género.

Después de dos entregas observando este proceso, cerramos la trilogía de columnas dedicadas a tres grandes del cuento en México. Primeramente, exploramos la propuesta de Amparo Dávila y su familiaridad con lo indescriptible, después el análisis se trasladó a Inés Arredondo y la interiorización del miedo. Finalmente, queda mencionar a Guadalupe Dueñas, una escritora atípica quien continuó la línea de suspenso literario trazada por sus predecesoras, eso sí, aportando un elemento nuevo a la tradición.

Dueñas nació en Guadalajara, Jalisco en 1910 en el seno de una familia dicotómica. Por un lado, estaba la visión conservadora de la religión difundida por su padre y por el otro, la ideología libertadora de la familia materna. Sin embargo, los primeros años del siglo xx fueron terreno del catolicismo lo cual repercutió en la formación de la autora durante su infancia y adolescencia.

No obstante, en su interior resguardó la consciencia insurgente que la impulsó a escribir. Desde temprana edad inicio un diario en el cual vaciaba todos sus pensamientos de disgusto, desesperanza y soledad. Sentimientos que, como hemos leído, son el impulso común de las tres autoras aquí comentadas. Dichas ideas se trasmutaron en líricas para posteriormente convertirse en cuentos, el cual fue el formato con el que se publicaron sus primeras obras.  

Su estilo fue un éxito en la época de su aparición pues la autora entregaba una perspectiva en sumo atrayente que combinaba la fantasía con una mirada punzocortante de la realidad trágica del ser humano. Ante todo, esta perspectiva la configuraba desde la postura de las mujeres puesto que eran quienes estaban sumergidas en un montón de prejuicios sociales, intereses materialistas, tinieblas burocráticas y de poder. Además de la misoginia, la desigualdad de género y el sexismo de la sociedad patriarcal que las presionaba constantemente.  

Un ejemplo de esto es el título Tiene la noche un árbol el cual es una recopilación de cuentos publicada en 1958 dónde se pueden leer los siguientes títulos; La tía Carlota, Prueba de inteligencia, Tiene la noche un árbol, Historia de Mariquita, El sapo, El correo, El moribundo, La araña, Al roce de la sombra, Al revés, La hora desteñida, Zapatos para toda la vida, Los piojos, Conversación de Navidad, Mi chimpancé, Guía en la muerte, La timidez de armando y Digo yo como vaca.

En ellos es posible observar el deterioro de la esencia humana. La constante que potencia los instintos que permiten conservar la vida a cambio de la ética y la moral. Factores que vuelven a sus protagonistas construcciones fascinantes y, asimismo, proyecciones de lo más profundo de la conciencia humana. Sin embargo, el verdadero terror se refleja en las víctimas de estás circunstancias pues el daño se impregna en el lector quien termina empatizando con una infinidad de contextos los cuales están concentrados en ese ente ficticio y carente de rostro que, irónicamente, conserva un nombre.

La desilusión es el tópico general de su narrativa debido a que transgrede a los actantes de su prosa a tal punto que despierta en ellos la insatisfacción respecto a su existencia. Pauta que enfatiza las principales causas del deterioro espiritual, llevando al señalamiento de los factores que necesitan un cambio. Esta crítica se nutre de lo grotesco, como ritual de circunstancia, para ser libre de marcar y juzgar las situaciones que en lo cotidiano se olvidan. Un discurso que solo se potencia en la ficción de sucesos crudos para exhibir la realidad.

Gracias a dicha aportación, las obras de Amparo Dávila, Inés Arredondo y Guadalupe Dueñas dialogan entre sí, dirigiendo un fenómeno de transformación dónde nace el cuestionamiento social mediante la narrativa en el ámbito de los horrores. Por esto último, dichos proyectos narrativos dejaron huella en la literatura. Tomaron lo mejor de su momento y lo diseñaron para su futura recepción. Las tres antologías, en síntesis, son una carta de presentación para la atemporalidad de la literatura mexicana moderna y sus lectores.