F es de Fantástico #05, una columna de J. R. Spinoza
No me gusta jugar lotería. Creo que la razón por la que no le encuentro sentido al juego es porque no puedo hacer nada para ganar. Dependo completa y absolutamente del azar, y lo que es peor, todos tienen las mismas oportunidades que yo. Claro que siempre podría sobornar al que corre las cartas, y este (si es habilidoso), podría sacar las cartas a mi conveniencia sin que nadie se diera cuenta. Pero resulta demasiado esfuerzo para ganarse un tupper o una canasta con productos de limpieza.
En cambio, me gustan el dominó, las damas inglesas y el UNO. En todos ellos, como en los deportes (ajedrez, fútbol, esgrima, etc.), se determina al ganador por su habilidad, convicción y experiencia.
Me he propuesto ser el mejor escritor del mundo. Pero no quisiera serlo eliminando a todos los demás o prohibiéndoles escribir a quiénes son mejores que yo (tendría que prohibírselo a muchos). ¿Qué sentido tendría un premio nacional si hubiese lista de espera? Si todos publicaran en Tierra Adentro o Alfaguara, dejaría de ser una meta para mí y para otros el hacerlo algún día.
“Y cuando todos sean súper… nadie lo será” dijo el villano de Los Increíbles.
Ese es el tema del controvertido texto de Kurt Vonnegut. El cuento Harrison Bergeron nos plantea un futuro distópico en el que las personas usan “hándicaps” traducido como impedimentos (por lo menos en la versión que leí gratis en zendalibros.com). Estos impedimentos los usaban las personas que sobresalían, por ejemplo, si eras muy hermosa usabas una máscara, dependiendo que tan bella era la persona era lo horrible de la careta. Impedimento del habla para los anunciantes, porque ningún locutor es más fluido o mejor que nadie. Aquí otro ejemplo:
“Hazel tenía una inteligencia perfectamente común, y por lo tanto era incapaz de pensar excepto en breves explosiones. Y George, como su inteligencia estaba por encima de lo normal, llevaba en la oreja un pequeño impedimento mental radiotelefónico, y no podía sacárselo nunca, de acuerdo con la ley. El receptor sintonizaba la onda de un transmisor del gobierno que cada veinte segundos, aproximadamente, enviaba algún ruido agudo para que las gentes como George no aprovechasen injustamente su propia inteligencia a expensas de los otros”.
El autor no habla de un mundo donde la igualdad es llevada al extremo:
“En el año 2081 todos los hombres eran al fin iguales. No sólo iguales ante Dios y ante la ley, sino iguales en todos los sentidos. Nadie era más listo que ningún otro; nadie era más hermoso que ningún otro; nadie era más fuerte o más rápido que ningún otro. Toda esta igualdad era debida a las enmiendas 211, 212 y 213 de la Constitución, y a la incesante vigilancia de los agentes de la Directora General de Impedidos de los Estados Unidos”.
El cuento publicado en 1961, debió parecer más una sátira en aquella época. Al leerlo en 2021 me produce más miedo que risa. Pensar que grupos radicales podrían llevar a la sociedad a este extremo me parece si no probable, algo posible. Las distopías tienen este encanto, que conforme pasa el tiempo más se asemejan a la realidad, pasó con Brave new world publicada en 1932, también con 1984, publicada en 1949.
No estoy en contra de dar oportunidades o visibilidad a quiénes no la tienen. Sin embargo, nuestro crecimiento como seres humanos se da cuanto decidimos estirarnos, retarnos, encontrar maneras ser mejores. En mi libro favorito, La Historia Interminable de Michael Ende, se expresa muy bien:
“Las pasiones humanas son un misterio, y a los niños les pasa lo mismo que a los mayores. Los que se dejan llevar por ellas no pueden explicárselas, y los que no las han vivido no pueden comprenderlas. Hay hombres que se juegan la vida para subir a una montaña. Nadie, ni siquiera ellos, puede explicar realmente por qué”.
El desenlace de Harrison Bergeron, como el de la mayoría de las distopías, es una nota baja. Ha vencido el sistema. Diana Moon Glampers, Directora de Impedidos, asesina a Harrison y su nueva “emperatriz”. Los padres de Harrison lloran, pero después de unos minutos, ninguno de los dos es capaz de recordar por qué.
No suelo arriesgarme con temas controversiales. Y sé que un sector de la población desprecia este cuento. A mí me parece buena literatura, por ello lo recomiendo.
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