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Poesía y Humanidades

La banalización de lo fantasmagórico en El fantasma de Cantervill, de Óscar Wilde | Tren de papagayos #08

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Tren de papagayos #08, una columna de Saúl Munevar


Si el castillo que perteneció a la estirpe inglesa de los Canterville y luego a la familia estadounidense de los Otis existiera en realidad y no fuera una abstracción del genio de Óscar Wilde, seguro la enorme construcción figuraría en la guía de alguna agencia de viajes con un paquete que titulara “Turismo tenebroso” o de “horror” por la campiña inglesa. Castillo que, a la fecha, según cronología del cuento y cronología del mundo real tendría 431 años. Tiempo contado desde la publicación del cuento en 1887 y punto de referencia de los 300 años de Sir Simón Canterville en su estado límbico. Las múltiples habitaciones estarían atiborradas de salas, estanterías, habitaciones y pasadizos secretos. Un enorme mapa a la entrada mostraría la arquitectura del castillo y en cada sala señalaría los objetos que hicieron parte y ambientaron el cuento. Con letreros y carteles, muy estilizados, se indicaría a los visitantes todas las proezas del fantasma mientras asustó a sus congéneres. La biblioteca conservaría el piso original donde estuvo la famosa mancha de sangre. El recorrido incluiría el sitio exacto donde Hiram B. Otis se agachó a resanar la mancha con su limpiador marca Pinkerton. En otro nivel del castillo estaría marcada, a la entrada de la alcoba matrimonial, el lugar donde el señor Otis le ofreció al fantasma la grasa marca Tammany-Sol-Levante para sus ruidosas cadenas. Y así hasta descender hasta el cuarto oculto por el pasadizo original donde estaría una réplica exacta del esqueleto de Simón Canterville en posición decúbito frontal, sujeto con las cadenas a una pared como Prometeo, y uno de los brazos estirados intentando alcanzar un plato vacío y un recipiente lleno de moho como el eterno castigo de Tántalo.

Fantasma viene del griego y significa “aparición”. El término está asociado al folclore y construye la cultura y la identidad en la tradición de un pueblo, al igual que los mitos y las leyendas. En América la tradición oral ayuda a construir estas entidades que luego serán recogidas en textos escritos. En Europa es más común que sean los registros literarios e históricos que construyen los mitos y las leyendas de un continente. Zeus es culpable del surgimiento del continente europeo por pretender en persecución a una joven mujer. Rómulo y Remo son los fundadores originarios de Roma. Los hijos de Thor y adoradores de Ragnarok introdujeron a los dioses nórdicos. Los celtas contaban historias de elfos, gnomos y hadas. Si se le preguntara a un “wildeano”, si se me permite el término, dónde está la tumba de su escritor favorito, de inmediato respondería que sus restos reposan en la tumba más besada del cementerio del Père-Lachaise al lado de Jim Morrinson.  En Hamlet, El Príncipe de Dinamarca, el padre del protagonista se aparece en forma de espectro y en la obra es la aparición de la verdad. Verdad profesada por un fantasma que fue entregada a un joven quien intentará materializarla, pero con cada intento se irá internado en la locura; pues, tanto la verdad como el fantasma del ultimado rey, sólo los ve y los escucha Hamlet. El fantasma de Canterville no constituye parte de una leyenda literaria ni se ha materializado en la realidad como arquitectura concreta. Ningún castillo se disputa la propiedad del fantasma. Ningún miembro de la familia Canterville, si existiese, en la comarca antes mencionada ha probado su herencia genealógica con el cuento. Ningún apellido Otis reclama su emparentamiento con aquella familia que compró el castillo. Sería la primera familia de la historia en comprar un fantasma. No hay un documento notarial que asegure el traspaso de las escrituras de un castillo de la época. Todo ese crédito se la lleva la vida del autor del que nadie ha escrito una biografía novelada. Sectas satánicas y simpatizantes creen en la existencia del Necronomicon. Un estudioso del Quijote, Jesús G. Maestre, en España, aseguró en una conferencia tener la oportunidad de conocer a alguien que aseguraba poseer el manuscrito original escrito en árabe donde se comprueba que Don Alonso Quijano si existió. Por el contrario, Wilde resignificó la cárcel de Reading donde estuvo preso y el nombre del hotel, Hôtel d’Alsace, donde falleció miserablemente.

Poniendo en perspectiva la cultura alimentada por tópicos fantasmales, míticos, celestiales, infernales, etc., El fantasma de Canterville es una muestra de “La civilización del espectáculo”, título y concepto aplicado por el nobel Mario Vargas Llosa. Curiosamente el cuento de Wilde es una de sus lecturas favoritas. El concepto de “fantasma” para nuestros tiempos es una masa de energía encerrada en un espacio, o aferrada a un objeto o a una persona cuya física y manifestación puede cualificarse, cuantificarse, materializarse, fotografiarse, grabarse, medirse, comunicarse y en el Fantasma de Canterville puede venderse, comprarse, inventariarse, deprimirse, rebajarse, aburrirse y lastimarse. El castillo contiene una verdad, pero es una verdad cuyos propietarios no la dejan ser, trascender ni materializarse porque cada vez que intenta manifestar su naturaleza, el materialismo, el consumismo y el pragmatismo de la familia americana lo cosifica. Los jefes de la familia lo detienen para que engrase sus cadenas o tome un jarabe para el malestar de estómago. Por otro lado, los gemelos Otis, abanderados del típico humor americano, las bromas son el centro de su entretención. Respecto a esta civilización del espectáculo y banalización de la cultura el escritor peruano dice:

«Ese espacio [sociedad de bienestar] creciente de libertad y abundancia fue ocupado por el ocio que estimuló la creación y proliferación de industrias del entretenimiento, promovidas por la publicidad “madre y maestra mágica de nuestro tiempo”. Así empezó de una manera sistemática, en capas sociales cada vez más amplias, un “mandato generacional” de no aburrirse, de divertirse evitando lo que perturba, preocupa o angustia.» [1]

Al estado límbico de Sir Simón Canterville se suma el estado límbico de su naturaleza aterradora y su materialización, que se mueve entre ser un objeto más de propiedad con un carácter lucrativo o el hecho de su bajo poder de convencimiento en sus manifestaciones que hasta él mismo duda de la manifestación de su existencia si nadie lo nombra o lo piensa como una amenaza, y si no se le piensa, no se le menciona; corre el riesgo de dejar de existir. ¿El fantasma de Canterville ha sido desenmascarado? ¿O por el contrario está recobrando su verdadera naturaleza de “los fantasmas no existen”? No han faltado adeptos a desenmascarar fantasmas y a toda persona que afirme comunicarse con ellos. Uno en especial fue el ilusionista y escapista austrohúngaro Harry Houdini. Houdini, al final de su carrera, adoptó un eterno enfrentamiento con desenmascarar a quienes decían poder “contactar” con las almas de todos los que perecieron en la Primera Guerra Mundial. Con sus habilidades de mago y su estricto entrenamiento pudo poner en ridículo a varios que afirmaban poder hablar con los muertos. Su empecinada empresa creo la famosa enemistad con el creador de Sherlock Holmes, Sir Arthur Conan Doyle, que, junto a su esposa y reconocida médium, tenían la infalible creencia en lo paranormal. Desde el punto de vista de Sir Arthur, consideraba que Houdini tenía poderes sobrenaturales, al punto de afirmar que en sus trucos él tenía el poder de desmaterializarse como el personaje de Sir Simón Canterville.

Si nos referimos a modelos de familia de acuerdo sus modos de comportamiento ante la actividad paranormal, la familia Otis está conformada por seis miembros: Hiram B. Otis, el padre y esposo de Lucrecia Otis. Ambos, padres de Washington Otis, el hermano mayor de Virginia Otis, y de los gemelos: Barras y Estrellas; clara alusión nacionalista a la bandera de Estados Unidos. El fantasma es el integrante underground, que más que un integrante, es un como un mueble antiguo que venía con la casa. Regresando a los modos de comportamiento, la antítesis de la familia Otis sería La familia Addams, la serie televisiva  estadounidense de los años sesenta. Su característica principal es comportarse de manera macabra, relucir sus poderes, que nunca se explican cómo los obtuvieron, y convivir cotidianamente con todo lo relacionado con lo paranormal y ocultista. En un contexto así, sir Simón Canterville se sentiría en el lugar correcto y justificaría su proceder ante las personas que se comportan de manera “normal”. Pero nuestro fantasma seguiría atrapado en el mismo estado límbico y no cuestionaría el hecho de si hay algo más de la muerte. El otro modelo de familia es la que aparece en el filme The Others, del director Alejandro Amenábar y protagonizada por Nicole Kidman. El argumento de la película sostiene en toda la trama una pregunta ¿Quiénes son en realidad los otros? Los planos de la respuesta son ambiguos. En el Castillo ¿Quiénes son los otros? Los Canterville estaban primero, por más de 300 años.  Para los Canterville pensar y mencionar al fantasma es materializar su existencia y convocar su comportamiento. En los Otis, no pensar ni mencionar al fantasma no convoca ni invoca al comportamiento del ente. No lo materializa, por lo tanto, no es trascendental ni importante. El apellido Otis convierte en “otro” al fantasma, en todo el sentido de la palabra. Es el tolerable invasor. Para Sir Simón Canterville la familia Otis son “los otros”. Los intolerables invasores que se ha comportado de manera grosera aterradora y grotesca con el fantasma que en vez de aterrarlos siente en sí el miedo que ya no logra provocar. En los Otis no encuentra la superstición que desea explotar, caso contrario a los Canterville.

El fantasma más humano, por su comportamiento y su decisión es Erick: “El fantasma de la Ópera”, novela gótica de Gastón Leroux.  Erick es un genio con el rostro deforme que se esconde y procede como un supuesto fantasma en la Ópera Garnier, en París. Lugar donde causa accidentes y algunas muertes a los artistas del canto. El sentimiento que lo mueve a dejar su estatus de fantasma y mostrarse como tal es el amor. El amor hacia la soprano Christine Daaé, de quien Raoul, Vizconde de Chagny, también se enamora. Virginia, en la familia Canterville, es la única integrante de la familia que sentirá compasión por el fantasma, será su confesora, redentora y salvadora.  Virginia lo encuentra triste, decaído y encerrado en su condena eterna de estar atrapado en el castillo. Sólo podrá ser liberado de su estado límbico mientras se cumpla la profecía escrita en unos de los vitrales. Pero para eso se necesita que la persona que interceda por él sea de nobles sentimientos, además de pura en cuerpo y alma. No es gratuito que Virginia tenga dicho nombre el cual tiene relación con la palabra virgen, en sus dos connotaciones, por el hecho de no ser desposada y por cumplir su papel de intercesora por un alma cautiva.

La desaparición temporal de Virginia será el primer y último susto que sentirá la familia del Ministro de Estados Unidos ocasionado, quizás sin saberlo, por el fantasma de Canterville. Virginia, para ayudar al fantasma a trascender de este campo terrenal al campo celestial deberá acompañarlo al campo de la muerte a aportar sus lágrimas para llorar la pena del fantasma además de realizar el ritual del rezo para que el Ángel de la Muerte venga por él. Virginia abrirá de par en par las puertas de la muerte porque el amor la acompaña siempre, y el amor es más fuerte que la muerte.  Toda la familia entrará en estado de terror cuando se enteran que Virginia no aparece. Con eso se comprueba una vez más la banalidad de lo fantasmal en el cuento. No es lo espectral que pueda descontrolar una familia, es lo terrenal, lo más cercano a lo material. Porque en el plano espectral hasta las soluciones de manufactura pueden emplearse.  Pero ni el mejor desmanchador, ni el mejor aceite, ni el mejor jarabe, traerían de vuelta a una desaparecida. Sir Simón Canterville es liberado de este mundo, su esqueleto es encontrado y pronto se le da cristiana sepultura. El final es un aparente diálogo sin retroalimentación entre su prometido, el duque de Cheshire, y Virginia, por personajes homólogos y vasos comunicantes se sugiere, por inferencia, el inicio de la relación que hace más de 300 años empezó Sir Simón Canterville con su esposa.     


[1] Fuente: https://www.semana.com/cultura/articulo/la-banalizacion-cultura-para-vargas-llosa/256751-3