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La otredad de la yakuza: su humanidad | Deconstruyendo la otredad #28

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Deconstruyendo la otredad #27, una columna de Beli Delgado


La mafia japonesa, mejor conocida como Yakuza, tiene sus inicios en el siglo XVII —durante el periodo Edo—. Los primeros clanes estuvieron formados samurais despedidos. La palabra Yakuza (ヤクザ) es un vocablo derivado de un juego de cartas llamado «hanafuda», donde la peor mano que te puede tocar es un 8 (ya), un 9 (ku) y un 3 (za).

Hablar de la figura del samurai es un tema complejo y extenso. Esbozando trazos robustos acerca del tema, se comenzaría únicamente con una imagen de violencia en la mayor expresión, al menos antes de la unificación de Japón. Posteriormente, teniendo como referencia la nación estable y consumada, se podría hablar del código de honor. Por último, se debería mencionar a la yakuza como una extensión de circunstancias del samurai sin servicio a la nación.

Sin embargo, este panorama nos brinda la oportunidad de comprender a la yakuza como una imagen dicotómica que tiene una presencia nítida de violencia en su funcionamiento y que, no obstante, persevera en un fuerte código de honor. Es un conjunto de claroscuros.

Estaba pensando en la otredad mientras veía Tokyo Revengers —manga publicado desde 2017, escrito por Ken Wakui, producido como anime en 2021—, que sigue la formación de una pandilla y de sus consecuencias que, mediante una serie de viajes en el tiempo, el protagonista quiere evitar. En el anime vemos a niños y jóvenes creciendo y formando una pandilla con fuertes lazos fraternales en un conglomerado de ideales que nacen desde sus experiencias.

Sin embargo, el pasado y el futuro se encuentran y nos dejan entrever tragedias generadas por los niños que construían una familia, viendo la imagen de hombres ejerciendo violencia. La idea de los Tokyo Revengers logra generar un vínculo con el yo pasado de los mafiosos. Desde mi perspectiva, la yakuza se humaniza. Sin embargo, no sé qué tanto se humanice en Japón, especialmente para las personas que temen, han tenido problemas o conviven de alguna manera con la mafia y sus códigos de honor —caducos o no, para este momento ya—. Una cosa es bien segura, la yakuza es de cuidado y de temer. Partiendo de una figura pesada y expansible, la yakuza tiene un rol y un estereotipo incluso cultural.

Pensaba en esto cuando salió la segunda temporada de De yakuza a amo de casa —manga de Kōsuke Ōno, publicado desde 2018, serializado en dos temporadas de anime (2020, 2021), además cuenta con un live action en formato de mini serie (2021) y la película esperada (2022)—. El manga es acerca de un antiguo yakuza de alto estatus que renuncia a su camino como parte de la mafia, se casa y comienza una vida como amo de casa.

Tatsu el protagonista, se esfuerza en cada una de las cosas que dice y hace, sin embargo sus expresiones suelen parecer agresivas, debido a que su forma de interactuar y su registro léxico sigue siendo de su anterior circulo social/ “laboral”. No cabe duda de que fue un poderoso yakuza con un código de honor sumamente respetable. Cabe mencionar que la finalidad del manga es cómica y de esta manera logra humanizar a Tatsu.

En ambas propuestas, la yakuza no se limita a ser vista solamente como asesinos sumamente sanguinarios, más que nada debido a que persevera la noción de los códigos de honor y de su humanidad, que suele desvirtuarse por obvias razones en la vida real. Sin embargo, en esta segunda presentación de un jefe como Tatsu, me gira en la cabeza la noción de la otredad de labor que diferencie a la yakuza de otro. Las otredades no son antónimos, aunque muchas veces pareciera que es de la única manera en que podemos ordenarlas en el espacio, por medio de oposiciones radicales y regularmente negativas.

No obstante, en Tatsu encontramos especialmente, una noción de otredad en el oficio. No es que las amas de casa no sean capaces de asesinar, en realidad no hay casi nada que excluya verdaderamente algo, pese a que los roles, funcionalidades y estereotipos estén sumamente normados, debido a que como personas, ejercemos oficios y profesiones de maneras únicas. Bien, pese a ello, es bastante extraño encontrarse con la figura de un yakuza que se dedica al cuidado de su hogar en lugar del cuidado de su pandilla, siendo que ahora sus instrumentos de combate son objetos de la cocina y de lavado.

Considero que esta es una forma bonita de fundir y pluralizar las otredades en convivencia, no pienso que se haga mofa de la figura de la mujer como ama de casa y su desempeño en su labor, más bien, que siendo algo de cuidado descomunal y de entrega y esfuerzo incalculable, se encuentre en una línea de formalidad. El protagonista transpola la oficialidad de la mafia al régimen del hogar, siendo que, se encuentran como líneas de su vida, pese a que una debe suplantar a la otra.    

De esta forma, la imagen más amable de la yakuza se presenta como una otredad a la idea generalizada de la yakuza. La apertura a la idea es un endulzante para la realidad social, sin abogar porque estas figuras existan realmente en estas condiciones.