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La poesía como arma blanca | Transgresiones #05

Transgresiones #05, una columna de Brenda Cedillo Martínez


Existen diversos modos en que nuestros sentires-pensamientos pueden tomar forma y significado, como el reconocimiento de tales mediante el movimiento del cuerpo, sin embargo, uno de los modos fundamentales, de los cuales no podríamos prescindir, es el lenguaje.

Este vehículo tiene varios usos anclados a formas de vida, por lo que hay una socialización dentro de contextos específicos. Asimismo, los colores, las texturas que adornan nuestras palabras dependen de nuestros usos. Exponer estos vínculos no tan ocultos de nuestro lenguaje, muestra que las diferentes formas en que el lenguaje cobra vida son siempre en su condición intersubjetiva. Como bien señala el filósofo Wittgenstein en su obra “Investigaciones Filosóficas”: Imaginar un lenguaje significa imaginar una forma de vida.

En otro orden de ideas, los símbolos son creados y dotados de sentido gracias a las formas de vida, lo cual significa que necesita de los otros. Esto hace posible que hablemos de que la luna es símbolo femenino o el sol masculino, asociar la esvástica como símbolo nazi inmediatamente y no pensar en la esvástica budista, o de ciertos mitos que sólo se entienden a través de la sociedad donde vivimos y sobrevivimos.

Ahora puedo continuar con lo siguiente: El lenguaje es diverso, porque si hablamos de múltiples formas de vida, habrá tantos usos como formas de vida haya.

Piensa en las herramientas de una caja de herramientas: encontraremos allí un martillo, unas tenazas, una sierra, un desatornillador, una regla, clavos y tornillos. Tan diversas como las funciones de estos objetos son las funciones de las palabras.[1]

En ocasiones, las palabras se usan de forma descriptiva. No obstante, en la cotidianidad -y sobre todo cuando hablamos de literatura- no es así, cobran nuevas formas, transformándose cuando atraviesan diferentes contextos, es como el agua que toma la forma del recipiente o el lugar en el que está.

Así que tomando en cuenta lo anterior, si hablamos de otros usos, un tanto extraños como la poesía ¿qué sucede? Tenemos claro en la caja de herramientas cómo se usa el clavo y el martillo, pero la poesía en ocasiones es todas las herramientas o ninguna. La poesía, al parecer, siempre es el otro modo del lenguaje no descriptivo. Este uso, aunque no nos describa la silla, nos brinda la imagen de la silla, y tal imagen que nos brindará dependerá de la finalidad del poema.

La poesía es entonces un uso muy concreto e impactante a nuestra sensibilidad, ese uso tan particular que la poesía tiene suele sugerir que es un ente abstracto incomprendido. Pero más bien, la poesía se puede decir o hacer de maneras tan complejas como simples.

En su estado polifacético nos habla del amor o desamor, de la muerte, del dolor, del odio, de política, de la violencia, del sentido de vivir, de temas esenciales para nuestra vida. Aunque haya miles poemas que aborden tales temáticas y que parezca algo común, siempre habrá un impacto cutáneo en nuestra vida. Porque si el lenguaje está siempre anclado a una forma de vida, la poesía es la vida misma en sus distintas formas, desde las más cotidianas hasta las más abstractas, desde las más bellas hasta las más crudas y violentas, siempre en relación con los otros. Como bien sugiere Rosario Castellanos: Con el otro/ la humanidad, el diálogo, la poesía, comienzan.

Como mencioné, la poesía puede atender temas vitales, crea vínculos complejos con la realidad. Considero que esos vínculos se configuran gracias al asombro (thauma) frente al mundo. El término thauma o asombro, se asocia al origen del filosofar, pero creo que también se puede asociar al ejercicio poético, al cual me concentro en este texto.

Este asombro surge al darse cuenta de que, el mundo no siempre es el mismo, que existen aristas infinitas, los cuales sólo podemos advertir a través de ciertas herramientas o usos particulares del lenguaje como la literatura.

Por otro lado, el thauma vislumbra una capacidad humana llamada sensibilidad, logrando un ciclo entre asombro-sensibilidad. Esta relación tan importante da como resultado un puente para el cuestionamiento o enfrentamiento de los colores del mundo, dejando expuesto que no sólo nuestra paleta de colores, con la cual hemos pintado nuestras creencias y acciones, es la única. Cruzado el puente, entonces se abre una posibilidad: la acción o creación, tal es el impacto que la poesía puede tener.  Asimismo, se combate una plaga llamada mos, término latino que refiere a la costumbre, esa que roe nuestra sensibilidad, nuestro espíritu pueril del cuestionamiento.

La paleta de colores que nos han enseñado a través de distintos aparatos ideológicos, así como nutrida por la sociedad, podemos llamarle ahora como nuestro sentido común. Partiendo del punto de que la poesía puede sustentar nuestra sensibilidad al grado que en potencia nos lleve a cuestionarnos sobre nuestra paleta de colores, entonces puedo señalar que un poema no sólo es para expresar nuestros sentimientos.

Es muy buena herramienta para expresar sentimientos, pero su uso no se reduce a eso, podemos usarla como un clavo hasta como un martillo (recordando la analogía de la caja de herramientas). Tal idea sugiere que la poesía en sus mil maneras de ser y hacer también puede ser un cuchillo que abre grietas en nuestro sentido común o un martillo que lo hace añicos. ¿Por qué eso es novedoso?

Suele creerse que el sentido común, i.e., lo que todos consideramos normal o bueno, es lo correcto, sin embargo, actuar y creer con base en el sentido común puede ser muy peligroso. A veces por seguirlo nos volvemos ciegos de ciertos problemas que nos atraviesan o causas sociales. Es análogo a aquello que es legal pero que puede ser incorrecto e injusto.

Dicho lo anterior, la poesía es capaz de mostrar otros modos que no son parte del sentido común, que lo demuelen para abrir un horizonte de posibilidades. Genera grietas, pues usa el lenguaje para abrir una ventana a otras formas de experimentar el mundo. De tal forma que, si el sentido común atiende a una dictadura, la poesía podrá alimentar o bien, cuestionar tal.

La poesía puede transgredir el discurso moral imperante, nuestras costumbres machistas o racistas. Desbloqueando estas creencias y actos automáticos enraizados en nuestra sociedad. Puede modificar nuestra forma de vida para crear otras, a través de nuestra capacidad humana de la sensibilidad y el asombro, desembocando en el gran mar del cuestionamiento. La transformación, la acción sería en lo que tendría que concluir, desde una postura un poco idealizada. No obstante, la crítica de nuestras acciones y creencias (que abanderamos muchas veces de modo injustificado), es ya lo que provoca el incendio que puede o no quemarlas por completo. Ese paso es necesario y valioso, porque la vida en gran medida se trata de acciones con base en creencias, en toma de decisiones que tenemos que observar constantemente. Y considero que un buen camino para dudar de las creencias, para cortar el velo del mos, es mediante la poesía en su forma de arma blanca, ya sea para la fina incisión o para machetear hasta la destrucción.


[1] Wittgenstein, §11, Investigaciones filosóficas