F es de Fantástico #33, una columna de J. R. Spinoza
Sun Tzu dijo que la mejor victoria es vencer sin combatir. Recuerdo que cuando escuché esta frase, mi mente se sumergió en la mitología nórdica y el fascinante episodio de Skadi, la diosa del invierno. Después de la muerte de su padre, Skadi se propuso declarar la guerra a los Aesir, los dioses nórdicos. Ante su hostilidad, Loki, el astuto dios del engaño, se embarcó en la tarea aparentemente imposible de hacer reír a la diosa, cuya naturaleza gélida la mantenía inmutable. Sin embargo, la estratagema de Loki, atándose a una cabra y realizando un absurdo juego de fuerza, logra arrancarle la risa a Skadi, desarmándola y aliviando las tensiones que amenazaban con desencadenar un conflicto divino.
En el corazón de este mito yace un poder subestimado pero intrínsecamente humano: la risa. Eduardo Jáuregui nos enseña que la risa no es simplemente un acto físico, sino una expresión compleja que se compone de un elemento afectivo subjetivo y un componente expresivo observable. Este fenómeno, enraizado en una interpretación cognitiva de la realidad, se revela como una herramienta poderosa para desmitificar la seriedad y aligerar las cargas sociales.
En la literatura contemporánea, J.K. Rowling nos ofrece una lección sobre el poder de la risa a través del hechizo “Riddikulus”. Al enfrentarse a sus peores miedos, los personajes de Harry Potter descubren que transformar el miedo en algo gracioso es la clave para vencer a la criatura que personifica sus terrores más profundos. Este acto mágico refleja la verdad innegable de que la risa puede ser un poderoso aliado en la lucha contra las sombras que amenazan nuestra cordura y estabilidad emocional.
Siguiendo con los ejemplos literarios, uno que me parece muy poderoso es el que nos ofrece Hans Christian Andersen en El traje nuevo del emperador. En el cuento, dos estafadores convencen al emperador de que lo vestirán con el mejor traje, hecho de una tela invisible que sólo las personas inteligentes pueden ver. Tanto el emperador, como sus trabajadores (todo el sistema gubernamental del reino) fingen ver el traje por temor a “no ser inteligentes”. El monarca organiza un desfile y camina por las calles prácticamente desnudo ante el silencio de todos, silencio que es doblegado por la risa de un niño quien señala a la máxima figura de autoridad y exclama entre risotadas: “¡Mirad, mirad, el emperador va desnudo!”. La risa de uno se multiplica por cientos y miles.
Marco Tobón nos introduce a la risa como una forma de actuación política. En sociedades donde las figuras de autoridad a menudo se elevan a niveles intocables, la risa actúa como un agente nivelador. La sátira y la ridiculez se convierten en instrumentos para humanizar a quienes detentan el poder, recordándoles su humanidad y contrarrestando el riesgo de abuso. En este sentido, la risa no solo desenmascara las deficiencias del poder, sino que también mantiene a las autoridades enraizadas en la realidad y conectadas con las bases sociales.
Henri Bergson, reconocido filósofo del siglo XX, aporta una perspectiva única que se entrelaza con las reflexiones de Marco Tobón y Eduardo Jáuregui en torno al papel social y político de la risa. Bergson sostiene que el medio natural de la risa es la diferencia y enfatiza la incompatibilidad entre la risa y la emoción. En sus palabras, “Su medio natural es la diferencia. No hay mayor enemigo de la risa que la emoción. No quiero decir que no podamos reírnos de una persona que, por ejemplo, nos inspire piedad y hasta afecto; pero en este caso será preciso que por unos instantes olvidemos ese afecto y acallemos esa piedad.” La cita refuerza la idea de que la risa no solo es un acto superficial, sino una herramienta que exige un distanciamiento momentáneo de las emociones. Este distanciamiento, según Bergson, es esencial para permitir que la risa cumpla su función desmitificadora y aligeradora en el ámbito social y político.
La risa, según Bergson, se convierte en un antídoto contra el anquilosamiento social. En un mundo donde la solemnidad puede ser asfixiante, la risa desafía el fanatismo y la ambición excesiva. La solemnidad, tan apreciada por aquellos que adoran el protocolo, se ve erosionada por las agitaciones del humor. Las parafernalias engreídas pierden su brillo cuando se enfrentan a la luz desinhibida de la risa, recordándonos la humanidad que subyace en todas nuestras instituciones y normas.
Las bromas, como nos sugiere Tobón, se convierten en herramientas para desafiar y burlar el ejercicio de figuras solemnes. El disfrute de una buena broma, especialmente aquellas que desnudan la ridiculez y lo grotesco de reglamentos arbitrarios y mandatos oficiales, no solo proporciona placer cómico, sino que también se transforma en un placer estético y, en ocasiones, en un placer político. La risa, al cuestionar el poder de manera ingeniosa, se convierte en una forma de resistencia, recordándonos que incluso las estructuras más rígidas pueden ser sometidas a la luz transformadora de la comedia.
La risa, entonces, no solo se presenta como una válvula de escape, sino como un medio de transformación social y política. Henri Bergson, en su análisis de lo cómico, nos ofrece una clave importante al afirmar que “Lo cómico, para producir todo su efecto, exige como una anestesia momentánea del corazón. Se dirige a la inteligencia pura.” Esta anestesia momentánea del corazón, esta suspensión temporal de las emociones, es esencial para que la risa opere plenamente en su capacidad de desmitificar y aligerar.
Bergson nos invita a contemplar la risa como un acto intelectual, un proceso que requiere el distanciamiento emocional para que la inteligencia pueda operar sin las ataduras de la solemnidad. En el contexto social y político, este distanciamiento se convierte en una herramienta poderosa para cuestionar, desafiar y transformar las estructuras de poder establecidas. Cuando nos reímos de situaciones absurdas, de normas sociales ridículas o de la pomposidad de las figuras de autoridad, estamos participando en un acto de resistencia que busca iluminar las grietas en la fachada de la seriedad.
Bergson continúa su reflexión al decir: “Diríase que la risa necesita de un eco. Escuchadlo bien: no es un sonido articulado, neto, definitivo; es algo que querría prolongarse y repercutir progresivamente; algo que rompe en un estallido y va retumbando como el trueno en la montaña.” Esta idea de un eco, de una risa que reverbera y se expande, nos habla de la capacidad de la risa para trascender el momento presente y resonar en la conciencia colectiva.
Cuando reímos juntos, cuando el eco de la risa se multiplica, estamos participando en la construcción de un tejido social más ligero y permeable. La risa colectiva actúa como un agente de unión, derribando barreras y construyendo puentes entre individuos y comunidades. En este sentido, la risa no solo es un acto individual, sino un fenómeno colectivo que puede tener un impacto significativo en la dinámica social.
La risa, al igual que el mito de Skadi, se convierte así en un poderoso mediador entre las tensiones sociales y políticas. En un mundo donde las diferencias y desacuerdos a menudo conducen a conflictos, la risa emerge como un catalizador para la comprensión mutua y la reconciliación. Al reírnos juntos, nos recordamos a nosotros mismos la humanidad compartida que trasciende las divisiones superficiales.
Eduardo Jáuregui, desde la perspectiva de la teoría dramatúrgica, nos proporciona una lente valiosa para comprender por qué ciertos eventos o situaciones se prestan al humor en diferentes culturas. La idea de que la risa surge cuando percibimos que alguien ha incumplido su rol en el “teatro de la vida cotidiana” resalta la naturaleza social y contextual del humor. Esto implica que el acto de reír no es simplemente una respuesta a un estímulo cómico intrínseco, sino una construcción colectiva basada en las normas y expectativas sociales.
Siguiendo esta línea de pensamiento, podemos afirmar que la risa no solo refleja las tensiones sociales, sino que también sirve como un mecanismo para aliviar esas tensiones. Cuando nos reímos de las incongruencias en los roles sociales o de las expectativas no cumplidas, estamos participando en un acto de liberación, liberación no solo de la tensión acumulada, sino también de las restricciones impuestas por las normas sociales.
En el contexto político, la risa se convierte en una herramienta de subversión y resistencia. Las figuras de autoridad a menudo mantienen su poder a través de la imagen seria y la solemnidad. Sin embargo, la risa tiene el poder de derribar esas fachadas, exponiendo la humanidad detrás de las máscaras políticas. El uso ingenioso de la sátira y la comedia puede desarmar a los líderes autoritarios, recordándoles que, a pesar de su posición elevada, siguen siendo vulnerables a la risa y al escrutinio público.
La risa también desempeña un papel importante en la construcción y deconstrucción de la identidad social. Las comunidades a menudo utilizan el humor como un medio para reforzar la cohesión interna, creando chistes y bromas compartidas que fortalecen los lazos grupales. Al mismo tiempo, la risa puede desafiar y desmantelar estereotipos dañinos, ofreciendo una perspectiva crítica sobre las nociones preconcebidas y los prejuicios arraigados.
Es fundamental reconocer que, a pesar de su capacidad para aliviar tensiones y cuestionar estructuras de poder, la risa no está exenta de ambigüedades éticas. El humor puede ser utilizado para perpetuar estereotipos, discriminar o marginar a ciertos grupos. La línea entre la comedia subversiva y la ofensa puede ser delgada, y es responsabilidad de la sociedad reflexionar sobre el impacto de la risa en la inclusión y la equidad.
La risa, como herramienta social y política, nos invita a reflexionar sobre la naturaleza misma de la autoridad y las estructuras de poder. La cita de Arthur Schopenhauer, que sostiene que “la risa no nace nunca sino de la percepción repentina de la incongruencia entre un concepto y los objetos reales que en algún respecto se habían pensado con él, y ella misma es la simple expresión de esa incongruencia”, adquiere una relevancia crucial en este contexto. La risa, en su esencia, surge de la brecha entre la percepción y la realidad, entre la imagen que se proyecta y la verdad subyacente.
En “La máscara”, protagonizada por Jim Carrey, el personaje de Stanley Ipkiss adquiere un poder sobrenatural a través de una máscara que le otorga habilidades extraordinarias y una personalidad completamente opuesta a la suya. Cuando se pone la máscara, Ipkiss se convierte en un ser excéntrico, desinhibido y lleno de humor. Aquí, la risa se presenta como un catalizador de la transformación personal y social. La máscara, de alguna manera, actúa como un medio para liberar las tensiones sociales y permitir que la risa se manifieste como una fuerza liberadora.
En el caso del Joker, interpretado en varias ocasiones, pero especialmente destacado en la actuación de Heath Ledger en “The Dark Knight,” la relación entre la risa y el poder toma un giro más oscuro. El Joker utiliza la risa como una herramienta de caos y desestabilización. Su risa maníaca y su sentido del humor retorcido desafían las normas sociales y desmantelan las estructuras de poder establecidas. El Joker se burla de la seriedad de la sociedad y las instituciones, revelando la fragilidad de la autoridad y la vulnerabilidad de las normas establecidas.
Ambos personajes, aunque de maneras diferentes, resaltan la dualidad de la risa como una fuerza liberadora y, al mismo tiempo, subversiva. La risa puede ser una herramienta para el cambio positivo, como vemos en “La máscara”, o una fuerza destructiva, como en el caso del Joker. Estos personajes nos invitan a reflexionar sobre cómo la risa puede ser utilizada como una herramienta de poder, ya sea para construir o destruir.
En el contexto más amplio, la relación entre la risa y el poder en la cultura popular refleja las complejidades de la sociedad. La risa puede ser una forma de resistencia contra las injusticias, pero también puede ser cooptada y utilizada para perpetuar estereotipos y discriminación. Es importante examinar críticamente cómo se representa la risa en la cultura popular y cómo estas representaciones impactan nuestras percepciones de la autoridad, la identidad y la justicia.
En conclusión, la risa, como herramienta social y política, sigue siendo un fenómeno fascinante y multifacético. Desde las mitologías antiguas hasta la cultura contemporánea, la risa ha desempeñado un papel crucial en la forma en que entendemos y desafiamos el poder. Al explorar estas conexiones, podemos ganar una comprensión más profunda de cómo la risa influye en nuestras interacciones sociales y políticas, y cómo puede ser tanto una fuerza liberadora como una herramienta de resistencia.
Más historias
La filosofía detrás de Full Metal Alchemist: Brotherhood | Té de guion #37
Europa como pesadilla | Después de la pantalla #09
Avatar: La obra de animación definitiva | Té de guion #36