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Poesía y Humanidades

Lo Divino y Lo Perverso en «Tiene que llover» | Primeras tentativas #05

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Primeras tentativas #05, una columna de Maj Navaka


En la quinta novela de la colección Mi Lucha, Tiene que llover, Karl Ove Knausgård  retrata su vida entre los 19 y 33 años aproximadamente. Dentro de este lapso de tiempo podremos ver diferentes facetas de su sicología, acompañado en mayor parte por el paisaje de la ciudad de Bergen, Noruega.

Tiene que llover es una novela larga.  En la edición revisada, de Anagrama año 2017, el libro posee 691 páginas. El estilo hiperrealista de Knausgård, permite observar y sentir lo que el personaje principal (Karl Ove Knausgård) experimenta de una manera vívida, por sus descripciones detallistas no solo del entorno, sino también de lo que sucede en su interior en cada momento.

Por esta razón un abordaje completo resultaría un monumento tan grande como su obra misma. En este texto me limitaré a hablar de un tema en particular: Lo divino y lo perverso, y cómo esto se manifiesta en lo que considero los ejes principales (podríamos llamarlos también columnas principales, si queremos) de la novela: la ciudad, el alcohol, la escritura y el amor. Reflexionaré sobre cómo se relacionan estos ejes y de qué manera interactúan, y cómo es que lo divino y lo perverso juega un papel importante en estas relaciones. Cabe decir que lo social, como una red metafísica, siempre está presente en la novela de manera casi imperceptible. De esta idea se podrían hacer análisis sociológicos de todo tipo. En este ensayo no se abordará el aspecto sociológico de la obra, pero sí se pensará en cómo lo social influye en el sentimiento de divinidad y perversidad.

Hay una parte de la novela donde Knausgård envía un texto para Vinduet, el cual se publica en su página web. Este texto se llama EL FUEGO y nos arroja unas luces sobre la idea de lo divino. Empieza hablando de distintas características del fuego para llegar más adelante a la relación que tiene con la divinidad, poniendo de ejemplo la manera en cómo dios se revelaba ante los seres humanos en forma de llama. “La forma de la revelación y la del fuego es la misma”, dice en este texto, y luego:

También lo divino posee esa capacidad de aparecer de repente en su forma completa, para luego desaparecer. También lo divino tiene en sí lo enigmático, desconocido y despiadado, que nos hace temerlo y admirarlo a la vez

(Tiene que llover, p. 670)

Entendemos, pues, a la divinidad como algo que se manifiesta en un instante, mostrándonos algo enigmático, una revelación. Luego nos habla de la capacidad destructiva del fuego. Esta relación divinidad destrucción no es fortuita, Octavio Paz nos dice que la experiencia de lo sagrado es una experiencia revulsiva, pues abre una herida que nos permite observar el otro lado del ser (El Arco y La Lira); y continúa hablando sobre cómo la experiencia de ver ese otro lado del ser, esa herida, es como estar parado frente al abismo: lo más probable es que produzca vértigo. Es de este vértigo que nace la idea de lo perverso.

Así como el fuego ha sido controlado por el hombre (Tiene que llover), el vértigo impide la caída en el abismo, que puede crear un cambio en el ser, y por lo tanto en el yo. Es aquí donde nace la idea de lo perverso, que no es nada más que lo horroroso, lo demoniaco, lo destructivo… dice Octavio Paz que el horror sagrado brota de la extrañeza radical, y que este asombro produce una suerte de disminución del yo (el arco y la lira).

Así como el fuego es controlado por el hombre, lo sagrado es controlado por el asombro y luego por el miedo.

Esta analogía del fuego con lo sagrado nos permite pensar que el hombre se relaciona con el horror sagrado. Y como decíamos atrás, el horror sagrado impide la sumersión del Yo en todas esas otras posibilidades; esto significa que el hombre, extrapolando, la sociedad, impide esa experiencia de lo divino. ¿Cuál es el motivo? Quizás su capacidad destructiva. Octavio Paz nos arroja más luces sobre estas ideas:

Cualquiera que sea el valor moral de los preceptos religiosos, es indudable que no constituyan el fondo último de lo sagrado y que no proceden, tampoco, de una intuición ética pura. Son el resultado de una racionalización o purificación de la experiencia original, que se da en capas más profundas del ser.

(El Arco y La Lira)

Después que el hombre ha racionalizado la experiencia de lo sagrado y creado esa nueva identidad o ser, otra experiencia divina sería una ruptura, porque la experiencia divina implica una destrucción o reformulación de todo lo ya construido. El terror a lo sagrado es también un terror a dejar de ser.

Esta construcción no está solo en uno mismo, o en la identidad individual, sino que también implica la social, es decir, la religión, el país, la filosofía, la cultura, el lugar al que estemos sujetos.

Ahora, veremos cómo estas ideas se manifiestan en los ejes de la novela. En primer lugar está la ciudad, llena de sus paisajes y lugares, banquete de experiencias y revelaciones. La ciudad es lugar donde Knausgård puede explorar y encontrarse a sí mismo. Hay una escena en donde este se encuentra fuera de la ciudad, en un lugar sin personas y a la merced de la naturaleza, y al describir el paisaje en el que se encontraba parece tener esta experiencia de revelación:

Pero estaba solo bajo el sol, solo ante el mar, y completamente vacío. Era una sensación como si yo fuera el último humano. Eso convertía en algo sin sentido tanto la lectura como la escritura

(Tiene que llover, p. 18)

Después de esto regresará a la ciudad, lugar donde se sentirá más cercano a lo que busca. Las descripciones que hará de la ciudad siempre tendrán una extraña belleza que parece decirnos siempre algo más.

Podríamos decir pues que la ciudad está llena, para él, de esas experiencias de revelación, esas experiencias divinas, que lo llevan a poder encontrarse a sí mismo:

“…perdí el sentido de la orientación, las calles se convirtieron simplemente en calles, las casas simplemente en casas, desaparecí dentro de la gran ciudad, fui devorado por ella, y eso me gustó, porque a la vez me hice visible para mí mismo…”

(Tiene que llover, p. 33)

Pero la ciudad, por el mismo hecho de su naturaleza banquete, ofrece no solo estas experiencias de lo divino sino también de lo perverso, que como decíamos arriba, está ligado a lo social y/o a las creencias. Es dentro de la ciudad donde recorrerá bares, conocerá gente, se emborrachará y bajo estos estados seguirá contemplando, buscando, y hallará el horror.

El alcohol estará relacionado a lo perverso, pues, es bajo el efecto de este que encontrará partes de él que podrían resultar muy placenteras, pero que en relación con las personas serán calificadas como horrorosas. Como por ejemplo, cuando bajo el efecto del alcohol le lanza un vaso en la cara a su hermano, dejándole una cicatriz de por vida, y sale a la calle:

“Levanté la cabeza y miré al cielo, que estaba claro, ligero y hermoso, y miré hacia la oscuridad verde del parque, entonces desaparecí en mí mismo, fue como si me apagaran”

(Tiene que llover, p.261)

A pesar del gran sentimiento de satisfacción después de lo hecho, más adelante se arrepentirá. Hay una parte de él que lo tienta, que está ligado a la ciudad y el alcohol, pero que le espanta por las consecuencias que le trae para con las personas.

En el amor se sentirá la divinidad con más fuerza. Al estar enamorado cambian incluso las descripciones de los paisajes, todo es más luminoso. Tendrá novia, vivirá aparentemente feliz. Pero no podrá evitar ir a beber alcohol, buscar la experiencia de este, la cual, le da una sensación de libertad que nada más se lo da.

Estando alcoholizado recorrerá calles, será infiel, romperá cosas, destruirá, sacará ese ser libre que tanto ansía ser, pero que está suprimido por todo lo que ya hemos mencionado. Para reforzar la idea de la sociedad como supresión de la otra divinidad, convirtiéndola en perversa, agregaré un pasaje más de la obra donde se evidencia esta idea:

…lo único que deseaba era seguir bebiendo, llevar esa clase de vida, mandarlo todo a la mierda, a la vez que chocaba contra un límite, una especie de muro de pequeña burguesía y clase media que no se dejaba derribar sin enormes escrúpulos y ataques de congoja.

(Tiene que llover, p. 254)

La forma en que la escritura se relaciona con todo esto, es que en esta lo que busca el escritor es retratar estos estados diferentes por los que pasa. Por esa esta razón es necesaria también la búsqueda de experiencias y con ello, el pasar entre la divinidad y la perversidad.

La escritura le exige vivir.

En una parte de la novela vemos que el protagonista lleva más de un año bloqueado, vive una vida burguesa, se ha casado, cocina, trabaja, pero no hay nada más, no puede escribir. El mismo instinto lo llevará a destruir esa estabilidad, y volverá a caer en ese ciclo de lo divino y lo perverso, de la búsqueda de revelaciones que le permitan no solo encontrarse a sí mismo, sino también a su estilo literario, a su escritura.

Hay una parte de la novela donde el protagonista dirá que no sabe cómo, pero que una tarde, de pronto, empezó a escribir como nunca, le brotaban las palabras a montones y no le parecían nada mal. Para esto habían pasado más de dos años de bloqueo, en el que solo había leído y vivido. Nada es fortuito, como dice la famosa fórmula wolfiana, nada existe sin una razón de ser.