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Los números también narran | Tren de papagayos #12

Tren de papagayos #12, una columna de Saúl Munevar


Hubo un tiempo que fui hermoso
Y fui libre de verdad
Guardaba todos mis sueños
En castillos de cristal

Canción para mi muerte – Sui Generis

Según la RAE en su primera acepción, dictadura es “Régimen político que, por la fuerza o violencia, concentra todo el poder en una persona o en un grupo u organización y reprime los derechos humanos y las libertades individuales”. En Latinoamérica, las dictaduras del siglo XX con más tiempo de duración fueron en Bolivia, entre 1964 y 1982; en Argentina, entre los años 1976 y 1983; en Uruguay, entre 1973 y 1984; en Chile, entre 1973 y 1990. En Paraguay, desde 1954 hasta 1989, República Dominicana, desde 1930 hasta 1961, Perú, desde 1968 a 1980, Ecuador, desde 1972 hasta 1976. Pero, tal vez, las más conocidas fueron las de Augusto Pinochet, en Chile, y la de Videla, en Argentina. Además, de los registros históricos y los testimonios, la literatura y el arte en todas sus expresiones se convirtieron en un canal de denuncia y a la vez de memoria. Entre los escritores que tuvieron que exiliarse por expresar su inconformidad por un sistema, por usar sus letras como un arma de denuncia, por registrar en la ficción de la verdad cómo el miedo iba imponiéndose y los amigos, los conocidos, los familiares, los jóvenes iban desapareciendo o simplemente no regresaban. O simplemente porque sí. Mario Benedetti fue uno de ellos, partió al exilio en 1973, tras un golpe de estado en Uruguay. En Hombre preso que mira a su hijo, escribe: “Que tu viejo olvido todos los números / Por eso no podía ayudarte en las tablas / Y por lo tanto olvidé todos los teléfonos / Y las calles / Y el color de los ojos”. En una época de violencia, sea dictadura o no, es tal el punto de deshumanización que se reduce al hombre privándolo de su humanidad y en lugar del sujeto nominal otro elemento pasa a reemplazarlo; un símbolo representado en un espacio cerrado, en un palabra usada como código, en una serie alfanumérica o, por lo general, un número. Un ejemplo histórico era la estrella con que marcaban a los judíos durante el nazismo, su tristemente popular pijama de rayas y el número que se le tatuaba en la piel a la persona y a su condición de ser humano actante y pensante quedaba reducida a un símbolo y el cuerpo que cargaba con aquel signo debía responder al llamado de ese número, no respondía a su nombre, a su apellido, a su familia, a su historia y lugar de procedencia; respondía a un número como sujeto, individuo, preso, secuencia o parte de una estadística. En épocas de dictadura o régimen militar reconocerle al otro su condición de humano y sujeto y llamarlo por su nombre y apellido era una manera de resistir. A cualquier régimen le convenía que el nombre se reemplazara por una secuencia y así cultivar la desmemoria, facilitar la desaparición y borrar los registros como quien descuenta fichas para el ábaco de la impunidad. 

Eduardo Galeano, otro de los exiliados, en su texto Los nadie, da un ejemplo de cómo un sistema que anula la condición humana y de identidad de una persona, también pretende reducir su existencia a la nada o el anonimato: “Que no son seres humanos, sino recursos humanos/ Que no tienen cara, sino brazos/  Que no tienen nombre, sino número/  Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local/  Los nadie, que cuestan menos que la bala que los mata”. La dictadura podría entenderse como una forma de (des)gobierno donde quien manda es el miedo. En el caso de las estadísticas y registros, durante los regímenes de las torturas y las desapariciones las ciencias exactas, como las matemáticas, suelen ser las más inexactas para el caso de las cifras verdaderas versus las cifras oficiales o por conveniencia. Cuando se agrupan o aúnan varios números (no personas) bajo una gran cifra la cantidad exacta empieza a fluctuar y está expuesta a crecer o disminuir desde el conteo del victimario y la víctima; es lo que permite el negacionismo y la omisión de responsabilidades. Con solo un ejemplo es posible ilustrar tal nivel de ocultamiento. Durante la dictadura argentina, fuentes estadounidenses informaron a las autoridades del Vaticano que habían desaparecido 15 000 personas; pero las cifras no oficiales en el país registraban 22 000. La idea de la desaparición era una noticia que le daba la vuelta al mundo y ocasionaba todo tipo de reacciones. Un ejemplo de esto es la canción de los Rolling Stones, Undercover of the Night, “One hundred thousand disappeared/ lost in the jails of South America/ Cuddle up baby/ Cuddle up tight / Cuddle up baby / keep it all out of sight / undercover / Keep it all out of sight /Undercover of the night”. Otro ejemplo es el libro del periodista Jacobo Timerman, Preso sin nombre, celda sin número, de 1982. En el libro se narra su testimonio sobre su propia desaparición en los centros clandestinos de detención de la dictadura cívico militar argentina. El título del libro es un una clara alusión a la descoordinación organizada para la desaparición y ocultamiento de los presos políticos. Negar un nombre y negar una celda es negar la condición de persona y reemplazar al sujeto por un objeto, es lo que se entiende como cosificación. Eduardo Galeano tiene un texto titulado La puerta: “Durante la dictadura militar uruguaya, él había pasado seis años conversando con un ratón y con esa puerta de la celda número 282”. El relato cuenta el encarcelamiento de Carlos Fasano, un hombre que estuvo preso en la dictadura del Uruguay y en una ocasión, en una barraca, se encuentra con la puerta que por muchos días le negó la libertad. El número de una celda, jaula, mazmorra… para quien sobrevive adquiere un nuevo significado y aún más si el contexto donde se inserta o reinserta le da una nueva significación. El relato termina con la instalación de la puerta en lo alto de un monte de cara al sol, con un letrero en la parte alta que dice “prohibido cerrar”.

Uno de los poemas que trasciende es el atribuido a Víctor Jara: Somos Cinco mil, escrito horas antes de su asesinato cometido después del Golpe de Estado en Chile del 11 de septiembre de 1973. “Somos cinco mil aquí. / En esta pequeña parte de la ciudad. Somos cinco mil. / ¿Cuántos somos en total en las ciudades y en todo el país?/ Somos aquí diez mil manos que siembran y hacen andar las fábricas.” Dicho poema se convirtió en el emblema y seña de una generación que cantaba su letra para decirle a Víctor Jara: “No te hemos olvidado”. Mirando un poco hacia adentro, en Colombia hay dos números que marcaron recientemente a una generación y marcarán a muchas más. El 12 de agosto de 2020, el expresidente “innombrable”, por orden de la Corte Suprema de Justicia colombiana, fue reseñado con el número de preso 1087985. Fue una noticia que le dio la vuelta al mundo y causó todo tipo de reacciones. Una de las más populares, fueron las cuatro primeras cifras de aquel número usadas en apuestas y juegos de azar como loterías y chances. Irónicamente, el número salió ganador en aquel entonces. Un hecho digno de ser registrado para la memoria de Macondo. La otra triste cifra, y que podría compararse con la dualidad de las cifras oficiales versus las no oficiales, la Justicia Especial para la Paz (JEP) expuso que durante el gobierno del “Innombrable” se cometieron 6402 falsos positivos. Sólo falsos positivos. Personas, por general jóvenes y de origen humilde, eran llevados con engaños de promesas de trabajo a otras ciudades, luego los obligaban a ponerse un uniforme de guerrillero y era asesinados en zonas veredales, para luego pasarlos a englobar una cifra de bajas obligatorias en combate por cada unidad militar y con esto ganar estímulos como dinero o días de permiso. Según el bando político, las cifras son exageradas o son escasas. Similar a lo acontecido con el hecho histórico de La Masacre de las Bananeras, ocurrida el 6 de diciembre de 1928, en la madrugada. Las cifras de aquel hecho, cometido por fuerzas del estado como respaldo a la United Fruit Company, varían desde 9 cifras, a 100, a mil o, incluso, 3000 en las dimensiones ficcionales de García Márquez en Cien años de soledad. Nunca habrá un número exacto; pero si habrá memoria.  

Canción para mi muerte, o La noche de los lápices, es la memoria que cantará y escribirá en el tiempo la detención y tortura de 10 jóvenes por parte de la dictadura argentina, de los cuales solo 4 sobrevivieron y del resto no se conoce su fin. Nacemos, somos una cifra, crecemos, somos otra cifra, estudiamos, somos una cifra, morimos o nos matan, y somos una nueva cifra. El número se impone sobre el sujeto. Las distintas dictaduras se valían de esta macabra contabilidad para alterar un conteo y facilitar la desaparición. No se apresaba ni se torturaba ni se desaparecía a un sujeto, se borraba un número. Pero afuera, desde el arte con finalidad, no se llevaba un número, se llevaba el registro de la memoria para la posteridad. Las letras latinoamericanas establecieron un desafío a las dictaduras: Cuantos números puedes asignar a cada uno de tus muertos y cuanta memoria puedo yo cultivar para que nunca lo olvidemos.