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Midsommar: Cómo entrar en un culto y no morir en el intento | Ojos abiertos #17

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Ojos abiertos #17, una columna de María del Rosario Acevedo Carrasco


El cine de terror ha evolucionado a lo largo de los años, pues si bien el miedo es atemporal, las maneras de causarlo no lo son, cambian a la par de la sociedad y de los individuos en ella. Las películas que hace solo unas décadas provocaban terror, seguramente hoy nos darían risa, los disfraces de monstruo y los efectos especiales quedaron obsoletos. En un mundo donde la realidad es más atemorizante que la ficción y a los verdaderos monstruos los vemos en los noticieros, los creadores de esta clase de contenidos han tenido que buscar alternativas y una de ellas, bastante efectiva, es el terror psicológico.

Es complejo intentar definir este subgénero del terror, pues no recurre a mostrar gráficamente los arquetipos clásicos que en teoría deberían funcionar, sino que a través de la subjetividad logra un ambiente de indefensión e incertidumbre que nos envuelve y logra un miedo mucho más profundo, proveniente solo de nuestra mente y no directamente del estímulo externo. Aunque es un subgénero relativamente reciente, existen varios exponentes tanto en el cine como en la literatura y es uno de ellos el tema de esta columna: Ari Aster.

Ari Aster es un director y guionista conocido por sus filmes Hereditary y Midsommar. Hereditary es un tema para otro día, hoy es turno de Midsommar, que no es solo una película digna de representar a su género, también refleja una realidad que a pesar de sentirse lejana está más cerca de lo que creemos: Los cultos.

La película comienza con una pintura que narra una historia y en realidad, si ponemos atención a esos segundos ya conocemos la trama. Comenzamos con la historia de Dani, una estudiante preocupada por un correo misterioso de su hermana, quien padece trastorno bipolar; en estos primeros minutos ya nos resulta evidente la vulnerabilidad emocional de la protagonista, que se ve empeorada por su novio Christian, y que se agudiza rápidamente cuando descubre que su hermana asesinó a sus padres y se suicidó.

Algunos meses después de perder a su familia, Dani se ve envuelta en un viaje a Suecia con Christian y sus amigos con el fin de visitar la comunidad de Pelle, uno de ellos, y ser partícipes de las festividades por el solsticio de verano. Los hongos alucinógenos y las peculiares costumbres de Harga hacen que el viaje se torne extraño rápidamente; pero una vez que se llega no hay salida, la obscuridad del festival va absorbiendo poco a poco a cada uno de los viajeros excepto a Dani, quien parece haber encontrado su hogar.

Aunque pensar en un culto en un bosque sueco pueda sonar lejano, vale la pena recordar que el arte es un reflejo de la realidad y esta historia, quizás adaptada a su propio medio, se repite infinitas veces porque aún hoy, en pleno siglo XXI, los cultos siguen existiendo y están más presentes que nunca. Midsommar es un coctel de circunstancias desafortunadas pero reales.

El primer punto y tal vez el más importante, es Dani. Desde el inicio es evidente que no está bien emocionalmente, lo que empeora drásticamente al perder a su familia y no sentir apoyo por parte de Christian, sino todo lo contrario. Esta vulnerabilidad la lleva a aceptar el viaje e involucrarse de lleno con la comunidad, pues son quienes la hacen sentir incluida y eventualmente, parte de la familia.

Pero no podemos responsabilizar a Dani por completo, pues de manera muy sutil los mismos habitantes de Harga fueron envolviéndola y contribuyendo a desestabilizarla aún más. Las sustancias psicotrópicas y el peculiar ciclo de luz-obscuridad puso no solo a la protagonista, sino a todos los involucrados en un estado constante de desorientación y cansancio. Eso, sumado a las acciones directas del culto y a su propio egoísmo, llevaron al desafortunado desenlace para todos, excepto para Dani.

Pero ¿por qué fue ella la del final feliz? ¿Ese era el objetivo desde el inicio? Si ponemos atención al papel tapiz que nos narra la película, podríamos pensar que sí, que siempre fue la intención y aunque los motivos no son claros, podemos especular que las circunstancias de Dani, su estado emocional y la necesidad constante de recuperar la familia que perdió, fueron los factores que determinaron su destino y la llevaron al punto de quiebre y redención simultánea con el que cierra la película.