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Poesía para cerrar el año. El gran cocodrilo Efraín Huerta | El espejo enterrado #24

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El espejo enterrado #24, una columna de Daniel Luna


El 2021 está a punto de terminar. Mi primer año como columnista en Triada Primate cierra con la publicación de esta columna, y que mejor que hacerlo de la mano de la poesía de uno de los grandes del grupo de Taller. Un activo y entusiasta poeta  mexicano quien publicó con frecuencia de 1930 a 1982 dando forma a la lírica moderna durante las últimas décadas del siglo xx.

Efraín Huerta nació el 18 de junio de 1914 durante la Revolución Mexicana y bajo su primer nombre; Efrén. Fue el séptimo de ocho hijos y desde muy pequeño demostró interés por la escritura lo cual lo llevo a publicar sus primeros poemas en la primaria donde estudio en León, Guanajuato. Desde entonces, firmaba como Efraín por influencia de sus hermanos quienes le aconsejaron ese nombre pues era más eufórico. Debido a esto, en su adolescencia lo cambio legalmente para el resto de su vida.

Tiempo después, su familia se mudó a la capital y Efraín entró a la Preparatoria Nacional en 1931 donde estudió bajo la tutela de Julio Torri y Agustín Loera y Chávez entablando amistad con Rafael Solana, Carmen Toscano y Octavio Paz. Dos años después, ingresó a la Universidad Autónoma de México para estudiar Leyes, sin embargo, solo permaneció otros dos años en esta institución puesto que en 1935 salió a la luz su primer libro Absoluto amor lo cual lo convenció de abandonar su carrera y dedicarse a las letras.

Entre sus publicaciones destacan Línea del alba (1936), Los hombres del alba (1944), Poemas de guerras (1943), La rosa primitiva (1950), La raíz amarga (1962), El tajín (1963), Poemas prohibidos y de amor (1973), Estampida de poemínimos (1980), Transa poética (1980) y Dispersión total (1985).

 Su poesía contiene la influencia de otros poetas como Juan Ramón Jiménez, la Generación del 27, los Contemporáneos y Pablo Neruda. Gracias a su participación en el grupo de Taller su obra se caracteriza por un prominente repudio hacia el lirismo subjetivo y estético. Cada verso está acompañado por una militancia política que lo conducía a la conceptualización de la poesía social. Gracias a lo anterior, su trabajo puede leerse como una continuidad de la filosofía de Whitman con su rebelde inconformidad y vitalidad, incluyendo un incuestionable lirismo antiretórico.

Además, hablar de Huerta es mencionar a los famosos poemínimos. Una tendencia que desarrolló en sus últimos años los cuales se caracterizan por ser pequeños versos lúdicos donde se exploran tópicos con humor, ironía y sarcasmo inspirados en el habla popular. Su positiva recepción los llevo a ser considerados como la parte más memorable de la bibliografía de Huerta, e incluso una parte fundamental de la literatura mexicana.

“El gran cocodrilo”, como se le conocía a este autor, contribuyó a la construcción de una sana conciencia lírica gracias a su apasionado interés por la redención del hombre. Valores que desmitificaron la poesía revistiéndola de sencillez. Lo anterior con la fuerza del erotismo y la rebelión lo cual puso al poema en acción bajándolo a tierra pasa ser degustado y reproducido por cualquiera con ánimo de leer.

Finalmente, ese fue su legado. Una invitación de brazos abiertos para que el lector inexperto disfrute de la métrica como una manifestación de su libertad. Y ese mismo deseo de compartir me motiva a continuar con este espacio pues la lectura no es posible si su otredad, los lectores. No me queda más que agradecer a todos los que llegan hasta este párrafo. Gracias por tomarse cuatro minutos, prometo más columnas con recomendaciones variadas, siempre con el objetivo de celebrar la maravillosa literatura nacional.