Fragmentos de líneas fantasmagóricas #22, una columna de Juan García Hernández
En el presente texto, nuestra intención descansa en aproximarnos a la siguiente pregunta: ¿por qué seguir escribiendo en el pasado de un futuro asediado por la desaparición de la escritura misma? Para aproximarnos a una respuesta, delimitaremos nuestra reflexión a partir de dos momentos. En primer lugar, valoraremos algunos pasajes del libro ¿Tiene futuro la escritura? de Vilém Flusser, con el fin de establecer la vigencia de preguntarnos por la escritura en nuestro tiempo. Posteriormente, exploraremos la siguiente premisa; el carácter no lineal de la escritura puede inaugurar conciencia histórica, tal proposición será examinada a través de un breve vistazo a la obra Flatland de Derek Beaulieu. Una vez que viajemos por el camino sugerido, veremos que la reflexión sobre la escritura no es un camino recto, es decir, no va de la intuición a la certeza absoluta, más bien, el camino de la escritura es aquel constituido por las huellas que han dejado otros y que como funambulistas que atraviesan una cuerda que siempre se tambalea, los escritores se encargan de mostrarnos aquel difícil tránsito del lenguaje alrededor de nuestro mundo, aquel tránsito asegura la creación de horizontes que tanta falta hacen a nuestro fragmentado presente.
Antes de avanzar, no podemos pasar de vista que el enigma o misterio de la escritura, ha estado presente a lo largo de la historia humana, quizá desde aquel prehistórico momento en que la especie humana decidió inscribir un trazo sobre un soporte material, brindándole una significación a dicho trazo. Ese primigenio evento, puede orientarnos a pensar que el acto de escribir es como un séquito que acompaña el transcurrir de las sociedades humanas, no obstante, con el advenimiento de las máquinas y el continuo avance de las inteligencias artificiales se ha puesto en duda el hecho de que la escritura puede no pertenecer exclusivamente a la agencia humana. Pero, en las últimas décadas, hemos descubierto que el creciente uso de las máquinas y su relación con la escritura no ha generado una interrupción definitiva de la escritura, pese a los proyectos de IA que en la actualidad pretenden minimizar el acto de la escritura a una mera articulación cuidadosa y ordenada de datos[1], más allá de tales proyectos, nos parece justo preguntarnos: “¿Qué hacer con una vida sin escritura? Cuando nos la arrebaten las computadoras, ¿seguirá latiendo en nosotros esa pulsión misteriosa por escribir? La pregunta se vuelve urgente ante la apropiación maquinal de nuestras capacidades”.[2] Estas interrogantes, nos han orillado a observar otras relaciones y modos en los que el lenguaje atraviesa nuestra morada, aquellas relaciones habían permanecido en las sombras en la medida en que nuestra visión permanecía bajo el yugo de una sola dirección.
Esa dirección unívoca a la que nos referimos implica entender que la escritura se basa fundamentalmente en el imperativo de que las ideas y significaciones que tengamos sobre el mundo puedan alinearse, pues claramente las ideas no deambulan por la realidad material, sino en el mapa de nuestros pensamientos, dicha circulación de las ideas, es apresada cuando se fijan a través de la escritura, la escritura encadena las ideas y las somete a un orden racional y lógico, este acto da como resultados lo siguiente:
las líneas de escritura no solamente alinean las ideas; dirigen esas ideas hacia un recipiente. Corren más allá de su punto final hacia un lector. Motiva la escritura un impulso no solo de dirigir ideas sino también de dirigirlas hacia otro. Solo cuando un escrito llega al otro, al lector, se cumple esta intención subyacente. Escribir no es solamente un gesto reflectivo, dirigido al interior, sino también un gesto expresivo, dirigido al exterior. Quien escribe presiona en su propio interior y al mismo tiempo hacia afuera, hacia alguien más. Estas presiones contradictorias dan a la escritura la tensión que la ha hecho capaz de portar y transmitir la cultura occidental y de dotarla de una forma tan explosiva. [3]
El anterior pasaje clarifica bastante la dirección univoca de la escritura, en tanto que permitió establecer un camino a las ideas que flotaban en el pensar de nuestros antepasados, pasando así, del pensamiento mítico al pensamiento lógico y racional, en el intervalo de este último tipo de pensamiento como detalla Flusser, se han generado varias reflexiones sobre la escritura, “sobre-escritos”, dando paso a una conciencia histórica, de hecho, para el pensador nacido en Praga, la organización y disposición lineal de los signos hizo posible la conciencia histórica, es decir que la historia misma es una función o resultado de la escritura y por tanto de aquella conciencia que se expresa a través del acto de la escritura. Si seguimos el diagnóstico de Flusser, podemos enunciar que al caracterizar a la escritura como la configuración lineal de signos, este tipo de configuración en algún punto puede facilitarse por medio de tecnologías que procesan de manera más rápida y eficiente tal acto, pero, si hemos llegado a tal punto, resulta válido enunciar que ahora las máquinas pueden dar cabida a una conciencia histórica en la medida en que son capaces de escribir, esta inquietud, atravesó a Flusser a tal grado que escribió: “debido a que todas estas cosas mecánicas y automáticas hacen mejor historia que nosotros, podremos concentrarnos en algo más. ¿En qué? Eso es a lo que se refiere este ensayo cuando pregunta si la escritura tiene futuro”. [4]
Es decir, si las máquinas pueden ocuparse de la escritura, ahora ¿podemos ocuparnos simplemente a vivir?, quizá. Pero, la cuestión es mucho más compleja de lo que parece, ya que la escritura es un acto que como hemos visto nos “saca” de aquel lugar donde las ideas deambulan, y a su vez, podemos decir que la escritura también arranca aquellas imágenes que nos hacemos de nuestro mundo, es decir, el hecho de que podamos describir un paisaje con palabras, o que podamos comunicar una sensación a través de la escritura, implica reconocer en la escritura una fuerza que divide nuestra realidad objetiva y la organiza después en líneas que siguen una dirección, y estas a su vez, dan paso a conceptos que pueden cuantificarse, y paulatinamente estos conceptos cuando son más familiares a nosotros, generan una conciencia específica sobre nuestro alrededor. Para hacer mucho más transparente este argumento, el siguiente pasaje es oportuno:
la escritura busca salir de un vertiginoso pensamiento circular y acceder a un pensamiento ordenado en líneas. Ahora, esto puede traducirse a: salir de los círculos mágicos del pensamiento prehistórico y acceder al pensamiento histórico, lineal. La escritura es en realidad una transcodificación del pensamiento, una traducción de la superficie bidimensional de las imágenes a un código lineal unidimensional: de compactos y borrosos códigos pictóricos a claros y nítidos códigos escritos; de lo imaginario a lo conceptual; de escenas a procesos; de contextos a textos. Escribir es un método de destrozar imaginaciones y aclararlas. Mientras más avanza la escritura, más hondo penetra el incisivo escritor en los abismos de las imaginaciones almacenadas en nuestra memoria, destrozándolas para “describir”, para “explicar”, para recodificarlas en conceptos. Este avance de escribir a lo largo de líneas hacia los abismos de la memoria (del inconsciente) y hacia un mundo objetivo, despojado de imaginaciones, es lo que llamamos “historia”. Es comprensión progresiva. [5]
Este último pasaje, nos da pie a introducir la siguiente tesis: el carácter no lineal de la escritura puede inaugurar conciencia histórica. Como podemos notar, la proposición anterior parece contradecir el argumento de Flusser, sin embargo, nos parece relevante poner en diálogo tal propuesta a través de tres rasgos que pueden caracterizar al menos un tipo de escritura contemporánea, estos rasgos son, la ilegibilidad, el trastocamiento de la temporalidad, y la radicalidad del concepto. Una obra en la que podemos reconocer a simple vista los rasgos anteriormente descritos es la del escritor canadiense Derek Beaulieu, en su libro publicado en 2007, titulado Flatland, que en español puede traducirse como Planilandia. Su obra constituye una traducción de la novela de satírico político victoriano Edwin Abbott (que representa un universo 2D, habitado por una sociedad de polígonos, todos los cuales permanecen ajenos a nuestro propio universo 3D). Beaulieu utiliza este libro como una ocasión para transformar la acción de la lectura en un filo de mapeo, haciéndolo, trazando la ocurrencia sucesiva de letras, de línea a línea en una edición actual del texto, conectando así los puntos, primero vinculando todos los As, luego vinculando todas las B, procediendo de esta manera a través de la página, 26 veces, antes de pasar a la siguiente página de texto.[6]
Su obra, bien puede definirse como un conjunto de páginas llenas de poesía visual o escritura asémica, en la medida en que no se puede leer de forma convencional, y tampoco conlleva significaciones específicas, y como vemos el contenido es la anidación de líneas atravesadas entre sí, las líneas son el resultado singular de como se vinculan una letra con otra, este proceso nos sugiere acercarnos a la obra como una obra ilegible, no obstante, su ilegibilidad es dada a partir del lenguaje escrito. En conformidad a esta ilegibilidad Marjorie Perloff, resalta que lo llamativo de Flatland es que:
no hay dos páginas iguales […] cada página arroja una figura totalmente diferente, puede haber una diagonal que recorra todo el camino desde el principio hasta el final o una forma de triángulo en el centro de una página, o un rectángulo o hexágono incrustado. O simplemente líneas que se entrecruzan mientras que el texto fuen habla de polígonos y de su modo de ser, Beaulieu nos da polígonos reales en acción. Cierto, sólo hay líneas negras rectas en el espacio blanco del texto y las líneas se niegan a formar letras o cualquier otra forma concreta, pero las formas resultantes son fascinantes por su ausencia, por su negativa a señalar algo fuera de sí mismas […] cada página usa letras únicas para generar constelaciones únicas, que han dejado atrás sus orígenes. [7]
Resulta convincente, la descripción de Perloff, en la medida en que da cuenta de un concepto clave que se engarza en la obra del escritor canadiense, tal concepto es el de la diferencia, y en esa medida tal obra puede ayudarnos a interrogar la definición de una escritura como la articulación y organización de líneas y a su vez de signos gráficos que tienen significados, pues con la obra de Beaulieu la unicidad de cada línea nos conduce a poner en jaque nuestro modo habitual de lectura y escritura, también, confronta nuestra manera de pensar temporalmente estas líneas, pues como el mismo escritor reconoce en su tesis doctoral: “la lectura con Flatland no es una cuestión de recolección de información, obtención de conocimiento; es la graficación y el trazado del progreso a través de un objeto temporal”.[8] Creemos que dicho objeto temporal, son las letras, sin embargo, al ubicarnos frente a las páginas de Flatland, no vemos letras, sino líneas, entonces ¿cómo podemos articular una conciencia histórica a través de líneas? Asumiendo que el código lineal frente a nosotros, no compete a una sola dimensión, sino a varias, esa multiplicidad de dimensiones podría conducirnos en el sentido inverso, es decir, no ir de lo imaginario a lo conceptual, sino de lo conceptual al reino de lo imaginario, o bien de textos ilegibles a contextos legibles, la escritura en Beaulieu no descompone la realidad material sino que nos invita a construir otras realidades materiales, pues cada página es por sí misma una constelación que podemos traducir e inscribir en otro soporte, y tal como plantearía Flusser, mientras más profundo penetra el escritor en los abismos de la imaginación que se almacenan en nuestra memoria, la escritura avanzará, esto es, el camino de la escritura se ensancha, crece, pero, en el caso examinado la escritura ya no describe o explica, sino que evoca un viaje sin definiciones, nos transporta a un pasado primigenio donde las líneas y los trazos no eran apresados por el sentido, en suma, nos invita a repensar escritos sobre otros escritos, es decir, el modo en que pueden superponerse actos de escritura sobre una escritura previa, y en virtud de tal superposición descubrir otras sendas para enriquecer la percepción de nuestro mundo.
Probablemente nuestro texto más allá de ser una respuesta sea un aplazamiento a la pregunta de por qué seguir escribiendo en un presente asediado por el fin de la escritura. Aunque, creemos que arañar la cuestión abona a la construcción de un momento para detenernos a pensar con mayor seriedad, sobre el lugar que puede ocupar la escritura en el futuro, y particularmente sobre nuestro propio futuro, sea el presente texto una invitación para asumir el acto de escritura como una cuestión vital, pues solo en la medida en que escribimos podremos encarnar un camino que se erige históricamente y moldea un horizonte en común, en el fondo, me aventuro a pensar que el fin de la escritura es una sentencia apresurada, pues mientras una página en blanco sea manchada con tinta, o una tecla sea oprimida o incluso si una pisada en la tierra no es ocultada, allí, seremos testigos del acontecimiento fundante que abre la escritura; la lucha contra el tiempo, que afirma la presencia de un ser en el mundo.
Referencias
Beaulieu, D. (2007). Flatland. A romance of many dimensions. York: information as material.
Beaulieu, D. (2014). Text Without Text: Concrete Poetry and Conceptual Writing. Obtenido de https://derekbeaulieu.files.wordpress.com/2017/01/text-without-text-beaulieu-thesis-final.pdf
Bök, C. (15 de Diciembre de 2007). Visual Poetics 02. Poetry Foundation. Obtenido de https://www.poetryfoundation.org/harriet-books/2007/12/visual-poetics-02
Flusser, V. (2021). ¿Tiene futuro la escritura? México: Centro de Cultura Digital de la Secretaría de Cultura.
[2] Tiselli en (Flusser, 2021)
[3] (Flusser, 2021)
[4] Ibidem.
[5] Ibidem.
[6] (Bök, 2007)
[7] Perloff en (Beaulieu, 2007, págs. 108-109)
[8] (Beaulieu, 2014, pág. 77)
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