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El vacío y la poesía náhuatl | El espejo enterrado #09

El espejo enterrado #09, una columna de Daniel Luna


Sólo una vez perecemos,
sólo una vez aquí en la tierra.
¡Que no sufran sus corazones!,
junto y a lado del Dador de la Vida.

La herencia más notoria de las comunidades nahuas en México la podemos reconocer a través de la vista y el gusto tanto en la arquitectura, la escultura y la cerámica como el dulzor de nuestros platillos típicos. Por otro lado, la tradición lingüística se fue invisibilizando en el desarrollo natural de la comunicación moderna. Sin embargo, su legado permea en pequeños indicios de nuestro léxico, vinculándose a un origen espiritual en el instante de su pronunciación.

Los códices con sus pinturas y escrituras son un recipiente donde lo mágico de nuestro pasado sobrevive al tiempo de aquellos antiguos dueños de la palabra, sus relatos y poemas cuentan una sola historia. De ella proviene el mensaje el cual nos dice que el pueblo mexicano es un ser de añoranza y de horas efímeras, que vivimos anhelando lo perdido cuando no siempre podemos reconocernos en la ausencia. Una quimera de voluntades inmortalizada en la poesía de nuestros antepasados.

Lo anterior, se encuentra en el libro La tinta negra y roja de Miguel León-Portilla en donde se muestra una visión clara y sensible de la perdida. Específicamente en el cuarto capítulo de esta antología. Los cantos de privación conservan una carga melancólica clave para la concepción de nuestro lugar en el orden de las cosas, pues demuestran una emoción natural marcada en la época de una cultura inimaginable.

Aquellos poetas, sin los recursos retóricos de occidente, expresan un sentimiento tan puro que sigue atormentando a la raza humana. En sus cantos se escucha la voz de un pensador sobrepasado por sus ideas, pensamientos que lo llevan al borde de su capacidad, inquietándolo ante un mar de dudas. Con su lenguaje resalta ciertas partes del verso y el Dador de la Vida es como un acento de emoción que persiste en un eco inmenso enfrente de su voz.. El sol se esconde detrás de una pirámide, colores dorados y marrones bajan por la ciudad. Voces y cantos se mecen en algún lugar mientras alguien los observa. El nuevo mundo ofrece una duda y un consuelo, como si al ver al cielo extendido se viniera a la mente la misma pregunta. Como si fuéramos un vacío por el que brotan las palabras desde el interior del espíritu.

La colección de privaciones cierra con la huida de todas ellas. El ultimo salto, la única salida. La voz interprete comienza a buscar su destino, se aflige al no encontrarlo y al darse cuenta de que sólo ha sufrido en esta tierra vive erguido junto a otros sentenciados. Se preocupa por la manera en que debe vivir y recuerda que no volverán de su partida. Se ha doblegado y predice su destino.

Esto es una duda presente en la mayor parte de nuestra vida. Tememos a la muerte y a la profundidad de la existencia. No obstante, los cantos, los versos y las palabras son impulsos que nos impiden sucumbir a la desesperación, pues con ellos sobrevivimos a la finitud de nuestra existencia. Si hay algo con lo que me gustaría cerrar esta lectura, es con el deseo de poder expresar a aquellos poetas mi reconocimiento, decirles que su voz no se perdió totalmente en el fuego de la conquista ni la oscuridad de los siglos. Que a más 500 años hay quien comparte sus versos.

Su poesía sobrevive dentro de nosotros, forma parte de una cadena histórica de células culturales entretejidas una sobre la otra, estallando cada vez que leemos sus recuerdos en forma de canto. Una composición escrita en algún punto del tiempo y del vacío en la cual aún seguimos de pie.