OPDV (Otro Punto De Vista) #04, una columna de Ana Laura Vera
Querido lector.
He intentado por todos los medios que me han sido posibles realizar las reflexiones que leerás a continuación de manera esquematizada para integrarlas a un formato que facilite su comprensión. No tardarás mucho en notar el fracaso que he conseguido en dicha empresa. Para intentar compensar, sin embargo, el posible caos al que te enfrentarás mientras sigues el sentido de estas ideas, que no son más que la oferta humilde de la mente de esta autora ante el actual ataque de interrogantes respecto a lo que queda después de la vida, propongo un texto que ata reflexiones aparentemente aleatorias con el frágil hilo de la redacción, esperando que, si llegas a perderte en el laberinto de estas elucubraciones, no te sea difícil retomar el camino.
¿Cómo comienza este viaje?
Con una estación de mi propio tren de pensamientos: la inmortalidad. La vida después de la muerte. Describiré lo más escuetamente posible la línea que seguirá dicho tren: 1) La angustia de la muerte (Unamuno). 2) El sinsentido que, por ende, posee la vida. 3) La irracionalidad de dicho pensamiento (Kant). 4) El yo como ser pensante. 5) El yo como ser irracional. 6) La trascendencia como centro y fin del entendimiento del ser humano. 7) Puntos en común entre racionalismo y existencialismo respecto a la trascendencia. Esto, menciono de nuevo, es solamente el esqueleto bocetado que será necesario tener a la mano si deseas disfrutar el viaje. Dicho esto, comencemos.
Unamuno y Kant. ¿Inmortalidad espiritual = Trascendencia racional?
Prometo fielmente que, para evitar divagar en estos pensamientos, haré mi mejor esfuerzo por suponer y centrar mis ideas en el hombre como objeto de estudio. Más específicamente, el hombre, su esencia y su percepción de sí mismo. Para ello, me aferro a las cuerdas que arrojan en esta oleada tormentosa Unamuno con Del sentimiento trágico de la vida y Kant con su Crítica de la razón, que de tanto repetirla en otros semestres ya me la aprendí, así como algunas menciones a otros textos del autor.
El primer planteamiento es simple. Kant diseca al hombre a partir de la razón y su capacidad de conocimiento. Unamuno, por su parte, explora al hombre a partir del sentimiento y de la permanente angustia por la muerte. La Crítica de la razón pura comienza, de hecho, planteando cuatro sencillos cuestionamientos: ¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué necesito esperar? ¿Qué es el hombre? Para Kant, las tres primeras preguntas no son más que subíndices que se desprenden de la última. La filosofía de Unamuno se cruza de manera perpendicular con el tercer cuestionamiento kantiano: la esperanza. ¿Cómo conciliar ambos pensamientos?
Mientras que Kant deshebra la primera pregunta en tres elementos esenciales (la libertad, la inmortalidad del alma y la existencia de Dios), Unamuno elaborará todo su pensamiento usando los dos últimos como pilares. Kant estudiará al hombre a partir de cómo este usa la razón para poder construir el conocimiento y, con el conocimiento, construir el mundo. Unamuno se centrará en “el hombre de carne y hueso”, el hombre que siente, reflexiona, se cuestiona y se angustia, sobre todo lo último, un hombre que construye el mundo a partir de aquello que el mundo, la realidad y la incertidumbre le hacen sentir.
Volviendo a las preguntas esenciales de la filosofía de Kant, si las comparamos entonces con el pensamiento unamuniano respecto al hombre, queda claro que, mientras para Kant saber, deber y esperar se encuentran en la misma posición jerárquica, para Unamuno el esperar goza del privilegio de la superioridad. Kant se desenvuelve en la averiguación de cómo el hombre elabora el conocimiento y dónde se dibujan los límites de este y Unamuno se enreda en la trampa que representan estos límites y la imposibilidad de saber si la inmortalidad se encuentra fuera de dicha frontera. ¿Por qué Kant no le brindó a Unamuno alguna salvación que representara un puente entre su filosofía y la del español? Sencillo, porque para Kant la imposibilidad de comprobar empíricamente la trascendencia del alma o la existencia de Dios implicaba una exponencial diferencia de importancia en los conceptos a estudiar. Es esta misma razón la que brinda tanta importancia al tercer cuestionamiento kantiano en la filosofía de Unamuno: si no puedo conocerlo, sólo me queda esperar, tener la esperanza de que es posible. Esta esperanza es la bifurcación que ¾aparentemente¾ separa de manera irreconciliable ambos pensamientos.
Ahora bien, ¿qué papel juega el hombre en el trabajo de ambos filósofos? Para Kant, lo que vale la pena estudiar es la manera en que el hombre entiende, experimenta y descifra el mundo, traduciéndolo en conocimientos concretos. Para Unamuno, por otra parte, el tema central en el hombre es el hombre en sí mismo, cómo percibe el mundo y cómo construye el mundo a partir de su presencia en y su interacción con él. Kant no involucra al hombre con el mundo, puesto que, si lo hace, es altamente posible que sus hallazgos queden truncados en los callejones sin salida que implican la no comprobación. Por tanto, Kant descarta de entrada el sentimentalismo como fuente o variable de conocimiento. Unamuno vuelve al hombre lo único que vale la pena del mundo, principalmente porque, a diferencia de Kant, Unamuno considera que no tiene ningún sentido el estudio del mundo si no se va a someter este estudio al filtro que implica la relación del hombre con el mundo, o más específicamente, con la realidad, sobre todo la no tangible ¾irónicamente, quizás, este es el primer punto que ambos filósofos tocan en común, la intangibilidad de sus objetos de estudio: sentimiento y razón¾. Para Unamuno, no hay forma de estudiar aspecto alguno del hombre sin implicar los sentimientos que éste experimenta, pues son los sentimientos, precisamente, en lo que consiste su esencia humana.
Ambos pensadores tocan tierra en común al momento en que colocan al hombre como fin único. Para el alemán, es importante la razón del hombre porque es precisamente ésta lo que lo distingue de cualquier otro ser, dibujando perfectamente los contornos de su pensamiento “obra de tal manera que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo, y nunca solamente como un medio”, siendo así el resto de los seres posibles medios. Para el español, el hombre no necesita distinguirse como fin o medio: el hombre es el fin y no hay nada más que el fin.
Toma aire, querido lector, se viene un pequeño tope en el camino. ¿Qué se problematiza en este punto? Mientras Kant comienza su trayecto estableciendo que las reglas del juego se basan el estudio único de la razón comprobable, descifrable y conocible, Unamuno entra de lleno en el hombre como criatura de sentimientos, mismos que lo llevan a la inevitabilidad de la reflexión trascendental y metafísica, ¿quién soy? ¿Qué hago aquí? ¿Qué habrá cuando me haya ido? ¿A dónde iré? En algún punto de sus caminos, los autores coinciden para volver a alejarse. El siguiente encuentro después del último llega precisamente en la trascendencia (moral para Kant, espiritual para Unamuno). Retomando la reformulación kantiana: “Obra como si la máxima de tu acción debiera tornarse, por tu voluntad, ley universal de la naturaleza”, nos encontramos con la moral, tercer terreno en común entre ambos autores. Lo expondré de la forma más simple posible: para Kant, dado que el hombre es por naturaleza un ser racional, no hay otro camino que la moral puesto que el comportamiento adecuado del hombre es el resultado de un hombre racional, un hombre pensante; para Unamuno, la moral se ve condicionada por la angustia de la inmortalidad: “obra de tal modo que merezcas a tu propio juicio y a juicio de los demás la eternidad, que te hagas insustituible, que no merezcas morir”. La moral de Kant es inevitable porque es lo que se debe hacer (segundo cuestionamiento kantiano), es porque debe. La moral de Unamuno es condicionada porque sólo así es posible esperar la inmortalidad (tercer cuestionamiento kantiano), es porque espera.
Y aunque parezca una terrible e inevitable separación la moral entre ambos filósofos, me alegra bastante anunciar, no solamente la cercanía del final en este trayecto, lector, sino también un increíble punto de “conciliación” entre ambos autores que, al menos a mí, me brinda una paz desbordante: ambos autores saben, en diferente medida, que la moral implica relaciones sociales. Para Kant, la sociedad es necesaria puesto que el resto de la humanidad ejercerá de guía y compañía en la solitaria travesía que puede parecer la moral, alejándonos del egoísmo, el deseo individual y el objetivo de bienestar común impuesto en la máxima kantiana del imperativo categórico. Para Unamuno la humanidad no es solo la compañía en la constante agonía de la incertidumbre, sino que es también el receptáculo, reflejo y origen de la esencia del hombre ¾el sentimiento¾, además del jurado permanente que encarrile a la moral en busca de la inmortalidad como compensación.
Presento ahora el puente que ofrezco de salvación entre la estructura inamovible de l razón y la tormenta de la intrascendencia espiritual: mientras Unamuno buscaba con fervor una luz en la incertidumbre de la inmortalidad individual ¾irónico, viniendo del pensador que desentrañaba al hombre como hermano¾ que perpetuara la existencia y consolara el absurdo camusiano de una vida con un inevitable fin y sin un sentido real, Kant le había dado la respuesta entre líneas: la razón y la moral son la trascendencia, sólo que no individual, sino colectiva. Somos ¾seres morales¾ porque debemos ser, porque al ser todos, todos nos salvamos.
Y ahora, lector, hemos llegado juntos a la última estación de este tren de pensamientos. Lo prometido es deuda, te advertí que era solamente redacción lo que ataba estas frágiles reflexiones. Quizás hayas quedado insatisfecho o, quizás, con algo de suerte, hallaste, al igual que yo, algo de paz al final del trayecto, si es que también caíste por accidente en el pozo profundo, oscuro y resbaladizo del existencialismo absurdo del buen Camus en algún punto de tu vida. Lo que sí espero de todo corazón, es que, satisfecho o no, al menos hayas disfrutado la visita.
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