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Sweet River: el miedo a perder a los hijos | Por una senda oscura y solitaria #10

Por una senda oscura y solitaria #10, una columna de Ernesto Moreno


En el año de 1977, aparecería en la revista “Penthouse”, en su número de marzo, el relato de horror de Stephen King, Los niños del maíz, mismo que después en 1978, se publicaría en la antología El umbral de la noche. Este relato abriría la puerta para una diversidad impresionante de reinterpretaciones fílmicas, literarias y artísticas para abordar un tema que parecería taboo: el espantoso miedo a perder a los hijos e hijas.

 La muerte de un infante es lo más terrible porque es lo menos esperado. Sin embargo, algo que es todavía peor, es perderlos al mal, y a veces, verlos regresar corrompidos, oscuros. Una parte del relato de King dice:

Los niños empezaron a avanzar. Burt retrocedió. Ellos avanzaron más de prisa. Burt retrocedió más de prisa. La escopeta, ¡la condenada escopeta! Fuera del alcance de sus manos. El sol recortó oscuramente sus sombras sobre el césped verde de la iglesia… y entonces él bajó a la acera. Se volvió y corrió.

Así es como Stephen King, nos regaló un cuento pesadillesco, en donde los niños (lo más noble y puro que hay en cualquier sociedad), se transforman en monstruos asesinos, que cuentan con sus propias justificaciones para acabar con la vida de los adultos.

Un escritor de horror mexicano, que también aborda el tema es Bernardo Esquinca, desde su obra Los niños de paja, en donde un Dios antiguo y vengativo, comanda a los niños de un pequeño poblado para asesinar a los adultos. Debemos recordar que, Bram Stocker había puesto una importante pieza de esta idea, en su relato de 1886, Las almas gemelas, en donde dos niños perversos asesinan a otro infante. La sevicia y crueldad exhibidas en esta obra, causaron conmoción en la época, ya que se aleja de lo puramente sobrenatural y fantástico, para retratarnos la maldad humana, que muchas veces, comienza desde temprana edad.

Una nueva película que se adentra en este tema, es la producción australiana Sweet River, de 2020. Dirigida por Justin McMillan y escrita por Eddie Baroo y Marc Formie, en donde Hanna Montagne (Lisa Kay), es una madre que regresa al poblado rural de Billing, buscando los restos de su pequeño hijo, que fue asesinado, junto con otros, por el maniaco Lenny Simpkin (Jack Ellis). Los crímenes de este psicópata, junto con un accidente en donde más de una docena de niñas y niños murieron ahogados cuando el transporte escolar se precipitó al río, darán como resultado, una comunidad cerrada, destrozada y desconfiada, que guarda muchos secretos sobre todo lo ocurrido.

Hanna alquila un espacio con la familia de John Drake (Martin Sack) -que también perdió a su hija Violet en el hundimiento del camión escolar- e irá descubriendo poco a poco, los ominosos secretos que guardan los habitantes de Billings, en donde los niños están muertos, pero no necesariamente se han ido del todo. Entre amenazas de varios vecinos, la desconfianza por parte Hanna irá acrecentándose, hasta que poco a poco, formará parte del dolor que lacera  a esa comunidad.

Más allá de la trama, las actuaciones, la escenografía, composición y fotografía, que son excelentes, Sweet River nos presenta una historia compleja, en donde todos tienen algo que ocultar, e intereses que proteger. También profundiza en la cuestión del duelo, que como bien lo apuntaba el filósofo Jaques Derrida, en su obra Memorias para Paul de Man, es imposible lograrlo del todo, ya que:

… la fiel interiorización lleva al otro y lo constituye en mí (en nosotros), a la vez vivo y muerto. Transforma al otro en parte de nosotros, entre nosotros, y entonces el otro ya no parece el otro, porque pensamos por él, y lo llevamos en nosotros, como un niño no nacido, como un futuro. E inversamente, el fracaso triunfa: una interiorización abortada es la mismo tiempo un respeto por el otro como otro, una suerte de tierno rechazo, un movimiento de renunciación que deja al otro solo, afuera, allá, en su muerte, fuera de nosotros.

 ¿Podemos aceptar este esquema? No lo creo, aunque es en parte una dura e innegable necesidad, la misma necesidad que vuelve imposible el duelo verdadero” (Negritas mías).

El terrible dolor de perder un hijo está representado por la magnífica actuación, tanto de Lisa Kay, como de la esposa de Drake, que lo enfrenta a través de la negación. Manejar la pérdida de la persona más importante en nuestras vidas es un tema delicado, que tratarlo en un fil de horror parecería imposible, pero en esta producción está muy bien logrado.

Duelo y secretos terribles, son los dos temas principales de esta película de horror sobrenatural, que lejos de plantearnos un miedo hacia los fantasmas o hacia lo extraño que viene con la oscuridad, usa esos artefactos para hablarnos de algo más real y tangible, sobre la violencia contra la infancia, pero sobre todo, sobre el terrible silencio que los adultos adoptamos para aparentar que todo está bien.


Citas:

  • Ilustración: Cartel de la película Sweet River.
  • King, Stephen, Los niños del maíz, 1977, varias ediciones.
  • Esquinca, Bernardo, Los niños de paja, Editorial Almadía.
  • Derrida, Jaques, Memorias para Paul de Man, Gedisa Editorial.
  • Película Sweet River, 2020, producida por The harvest film productions.