Entrega de la sección Cosas que encuentro, de Sebastián Rivera
Como indica Antonio Reigoza (2008), los griegos antiguos llamaban “teras” a los monstruos terrenales, esto es, aquellos seres que “entre los humanos llamaban la atención por su comportamiento normal o a los que por su aspecto, con malformaciones o mutaciones, podemos considerar seres extraordinarios”. Y atendiendo a la clasificación de su ensayo, presentaremos una serie de cuatro partes sobre los tipos de monstruos existentes en las leyendas gallegas (las que él muestra), pero que podrían ajustarse a la de otros lugares.
El primer tipo es el más cercano a nuestra cotidianeidad: estaría constituido por personas enajenadas en algún grado, motivadas por intereses económicos, venganza u otra razón. En el contexto que describe el autor, lo conformarían degolladores y traficantes de órganos como el “sacamantecas”, el “home do unto” o el “hombre del saco”. Estos personajes, a veces reales e históricos, y otros muchos, comercian con grasas, vísceras, sangre o con piel humana. De hecho, según el autor, hay una extensa cantidad de rumores y leyedas que atribuyen a elementos del cuerpo humano una capacidad ideal “para engrasar las máquinas y aviones, para fabricar medicinas, o capaces de curar tumores y otras muchas enfermedades” que permanecen en circulación.
El siguiente es un resumen que hace Reigoza a partir de noticias de prensa de inicios del siglo XX:
«En mayo de 1911 un hombre fue brutalmente asesinado en A Legua Dreita, entre Vilalba y Begonte, en la provincia de Lugo. Una cuadrilla de trabajadores de las parroquias de Ínsua y Ladra, próximas a este lugar de la Terra Chá, se trasladaban todos los años a Castilla para la siega, concretamente a Humanes, en la provincia de Madrid. Un tal Bautista, que era el mayoral, tenía diferencias con uno de los trabajadores, de nombre Cabarcos.
La esposa del patrono de la finca estaba enferma de cáncer, y un curandero le había recomendado como último y único remedio que se colocase sobre el rostro la piel de la cara de un hombre barbilampiño, teniendo en cuenta que, para que surtiese el efecto deseado, la piel debería de ser arrancada en vivo.
Conocedor el patrono de las malas relaciones entre Bautista y Cabarcos, le propuso al primero, a cambio de una suma de dinero, la macabra operación.
El 10 de mayo de 1911, Bautista y tres hombres más acosaron a Cabarcos hasta conseguir sus propósitos. «Matadme, pero no me arranquéis la piel», gritaba Cabarcos. Nadie le socorrió. Murió desangrado, rematado con dos tiros de escopeta en la espalda.
Uno de los asesinos huyó a Cuba a los pocos días. Bautista y los demás fueron detenidos, aunque solo este fue condenado a 28 años de prisión.
La piel barbilampiña de la cara del pobre Cabarcos llegó a Humanes dos meses después envuelta en el magro de un jamón cuando la mujer del patrono ya criaba malvas».
Fuente: Reigosa, A. (2008). Geografías del miedo: de la Galicia mágica en que habitan los monstruos. En G.F. Fernandez y J.M. Pedrosa (Eds.), Antropologías del miedo: vampiros, sacamantecas, locos, enterrados vivos y otras pesadillas de la razón (pp. 221-241).
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