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Poesía y Humanidades

My baby shot me down | Apología de lo mundano #09

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Apología de lo mundano #09, una columna de Paola Arce


En mi ejercicio profesional como psicóloga, así como en la esfera más íntima de mi vida me he topado con historias desgarradoras de dolor y sufrimiento en las relaciones románticas de parejas heterosexuales, ejercido principalmente de hombres hacia mujeres. Las historias, descripciones ajenas y personales parecieran calcadas; “ya no me contesta el teléfono”, “quedamos de vernos y nunca llegó”, “me fue infiel”, “me hace sentir insignificante”, “terminó conmigo y ahora me está pidiendo una nueva oportunidad”, “no cumplió lo que prometió” … en fin. Una larga lista de acciones sutiles que no entran en los focos rojos principales de violencia o análisis. Esta sutileza nada tiene que ver con el impacto que provocan las consecuencias en la salud física y emocional de la persona afectada, sino con el hecho de que están permitidas y justificadas en los productos que consumimos, en el pensamiento colectivo y por eso de creer que el sufrimiento propio es motivo suficiente para convertir la vida de alguien más en un infierno.

En fechas más recientes hemos tenido la fortuna de tener a la mano más trabajo conceptual que se enfoque hacia identificar tempranamente las formas de violencia en la pareja y la idea cancerígena del amor romántico. Sin embargo, estas reflexiones se alojan principalmente en espacios con postura feminista o contextos académicos que, aunque gracias al avance de las TIC pueden llegar mucho más lejos en su alcance, los algoritmos de estas plataformas siguen reteniendo el conocimiento para aquel que ya esté familiarizado con el tema. En lo cotidiano, en el día a día y en lo que está a la mano, en la práctica de la vida, se siguen reproduciendo ideas equivocadas de lo que es el amor. Y no vamos aquí a desentrañar el misterio que ni siglos de arte se ha logrado esclarecer, pero sí hablaremos de lo que no es amor y cómo se cuece esa confusión que provoca, en ocasiones, un aprisionamiento de la persona afectada en una relación sentimental altamente nociva. Una guía práctica y rigurosa para pronta identificación de ciclos de violencia.

Hay que partir de una idea importante, las personas que ejercen violencia contra sus parejas no se presentan de esa manera, no dan la mano y dicen “hola, voy a destruir tu vida”. Todo comienza en un clima de confianza, se presentan como el príncipe bueno que ama con fuerza, es leal y tiene muestras de amor exacerbado, hay un claro esfuerzo por conseguir el amor y la devoción del otro, tanto que parece real y correspondiente. Es acá donde se mezclan las “señales del universo” sobre si tienen los mismos gustos o les interesan los mismos temas, los lugares que han visitado y los encuentros fortuitos cruzando unas escaleras. Aunque todas esas cosas en realidad sean insignificantes por su naturaleza ordinaria, en ese punto del “enamoramiento” se convierten, por las personas involucradas, en destino.

Un segundo momento viene cuando se comienza a revelar el verdadero yo, la aparición de acciones violentas como la manipulación, ley del hielo, la poca consideración por el tiempo o los sentimientos del otro, la indolencia y la crueldad que poco a poco erosiona la autoestima de la pareja consiguiendo que se inaugure el ciclo de violencia. El príncipe se convirtió en sapo. Una de las acciones más normalizadas y agresivas dentro de estos escenarios es la infidelidad; esa traición a la confianza, cariño y ternura recibida. Pero el problema en sí no es el hecho, si no todo lo que trae después: la perdida de autoestima y confianza en sí mismo de quien la sufre, que en ocasiones se traduce en enfermedad física y/o mental. El desconocimiento y confusión comienzan cuando el sapo pide perdón y jura, con todas sus fuerzas, que el crimen que cometió no fue premeditado. Al otorgar el perdón vienen consigo sentimientos de vulnerabilidad y miedo que no son tomados en cuenta y en muchas ocasiones son condenados y criticados por aquel que exige la absolución completa de su crimen sin que exista una reparación de daños. Pero aún no comienza lo peor, eso viene cuando la acción se reitera siempre bajo la excusa del sufrimiento o confusión, y aquí hay que ser puntuales: aquel que es infiel, no ama, el arrepentimiento puro lleva consigo una intención de cambiar, de no volver a lastimar.

Los productos que consumimos nos cuentan historias de infidelidad que se sobrepasan y terminan con un final feliz. Un ejemplo de esto es el fenómeno que es la Telenovela colombiana Betty la Fea, que permanece en los primeros lugares de interés en Netflix, acciones tan crueles de burla y traición se ven trivializadas en sus situaciones y personajes cómicos; venden la idea de que no es tan grave y que todo se puede perdonar en el nombre del amor, así como que la mujer tiene que mejorar en aspecto y actitud para lograr que el “galán” se comprometa.  Logran que se convierta en algo común, que la angustia tan profunda sentida en el pecho cuando se descubre la mentira sea una sensación banal, un cliché. Otro de los insumos a estos ciclos está en la idea de que se puede llegar a cambiar a la persona infiel, que llegará el momento de ser esa persona “ganadora” frente aquella que quiso usurpar el amor legítimo ¿el premio? tristeza y hundimiento.

Hablamos ya del inicio del ciclo, pero aún no llegamos a la parte aterradora. Eso viene después, cuando aparece el vampiro. Esta figura que se aprovecha del cariño de su pareja, que toma y succiona cada gramo de amor o atención y que recibe regalos a manos abiertas sin dar nunca nada a cambio; toma y toma de su víctima hasta que ya no queda nada que pueda arrebatarle, entonces y sólo entonces, se va. Esta persona culpa y hace sentir mal a su pareja por querer una mejor relación, se victimiza en un papel de “no puedo darte de lo que me pides” cuando la única solicitud es respeto y consideración. Desecha el vínculo en cualquier momento porque sabe que tiene el poder de regresar cuando le haga falta la dosis de atención y ternura desmedida que recibe, siempre para volver a terminar en el mismo punto. Y es que tiene que ser culpa de la mujer; no es que él no esté haciendo suficiente, es que ella pide demasiado. Acá comienzan las mil y una oportunidades, el aislamiento de las amistades y familia para evitar tener contacto con aquellos que pueden ver claramente la equivocación y podrían orientar al término de esa relación. Comienza a operar la vergüenza: “cómo voy a decir que me fueron infiel”, “cómo voy a decir que me dejó otra vez”, “qué va a pensar la gente de mí”. Es un fenómeno curioso, que el que ejerce la violencia no se preocupe o avergüence por esas situaciones sino el otro. En el pensamiento colectivo nunca se habla o crítica al que ejerce la violencia si no al que las recibe porque ¿por qué no se va?

Con esto (con suerte) llegamos al último punto del ciclo, el rompimiento definitivo. En un inicio hablamos de que una persona violenta no se presenta como tal y los perdones y excusan alimentan la idea de que sí, es bueno, pero está confundido. Es de dificultad aceptar que la persona que se quería no era buena al final, es ir en contra de sí mismo. Esa visión puesta en un pedestal de los primeros momentos en dónde se traza un camino místico romántico evita que se vea con claridad cuando hay que tomar determinación.

En economía existe el concepto del costo hundido, que se refiere a aquellas inversiones de dinero, tiempo o esfuerzo en un proyecto que fracasó. El cual, en vías de generar nuevas y mejores inversiones, no debe ser tomado en cuenta en la toma de decisiones futuras, un ejercicio de “dejar ir”. Traduciendo a las relaciones sentimentales, es complicado apartarse porque es aceptar que nada de lo que se hizo valió la pena o tuvo injerencia en el otro; ni el esfuerzo, ni las oportunidades dadas, ni el perdón otorgado, las atenciones o los regalos para demostrar consideración, los momentos “especiales” compartidos o el amor que se entregó. Desprenderse es complicado porque el mundo allá afuera dijo que entre más dieras más pronto podría llegar ese final feliz, pero no está, no existe, ni fue nunca una posibilidad. La realidad es fatal, por eso se evita pensar que todo cayó en el saco roto de la irresponsabilidad afectiva.

Cuántas historias escuchamos a diario de mujeres que mueren a manos de los hombres que decían amarlas; a golpes, machetazos, cuchillo…pero la muerte también existe en el interior, en la pérdida y el dolor infligido por la esperanza de cambio.

En 1935 un hombre mató a puñaladas a su pareja, en la noticia del periódico las palabras del acusado “le di unos cuantos piquetitos”. La artista Frida Kahlo hizo una pintura que retrataba el crimen sobre, y agregó:

“Esa mujer asesinada era en cierto modo yo, a quien Diego asesinaba todos los días. O bien era la otra, la mujer con quien Diego podía estar y a quién yo hubiera querido desaparecer. Sentía en mí una buena dosis de violencia, no puedo negarlo, y la manejaba como podía…”

Por que no sólo hay exposición a violencia directa sino indirecta de los terceros en la relación, de la sociedad que juzga y culpa a las mujeres así como la recriminación personal.

Después del recorrido por este cuento de terror viene el epilogo, la salida del hundimiento. Es importante desmitificar la idea del amor en vías de evitar la permanencia y credulidad en condiciones violentas, que no se confunda la bondad con ingenuidad. Saber decir que no cuando es debido y dejar de pensar que las ilusiones sobre quién es la persona que duerme a un lado eviten reconocer la violencia que ejerce.

Cómo te tratan es siempre más importante que qué tanto quieras tú a esa persona.

Para terminar, un mensaje de alivio de Kate Winslet en su papel de Iris en la película el Descaso[i](2007). Un material que aporta otras aristas a la discusión de los mensajes que se envían dentro del cine comercial sobre las rupturas sentimentales, en donde la reflexión apunta a no conformarse nunca:

Traducción al español:

Sé que es difícil creerles a las personas cuando dicen “sé cómo te sientes”. Pero de hecho sé cómo te sientes. Verás, estaba saliendo con alguien, en Londres. Trabajamos para el mismo periódico y luego descubrí que también estaba saliendo con otra chica, Sarah, del departamento de circulación en el piso 19. Resultó que él no me amaba como yo creía.

Lo que trato de decir es que, yo entiendo lo que es sentirse tan pequeño e insignificante como es humanamente posible y como puede dolerte en lugares que no sabías que tenías dentro de ti. Y no importa cuantos cortes de cabello te hagas, o a cuántos gimnasios te unas o cuántos vasos de vino bebas con tus amigas. Aún te vas a la cama todas las noches repasando cada detalle, y preguntándote qué hiciste mal o cómo pudiste malinterpretarlo, y cómo demonios por ese breve momento pudiste pensar que eras tan feliz. Y a veces hasta te convences a ti misma de que él “verá la luz” y se aparecerá en tu puerta.

Y después de todo eso, lo que sea que dure, irás a un nuevo lugar, y conocerás personas que te harán sentir que vales algo otra vez, las pequeñas piezas de tu alma finalmente volverán y todo ese dolor, los años de tu vida que desperdiciaste, en algún momento comenzarán a desaparecer.

Haber entrado a un ciclo de violencia no determina que no se pueda salir de él o que eso se convierta en una definición. Las nuevas formas de positividad ofrecen humo que no concuerda con las realidades, no se tiene que sacar algún aprendizaje, ni el dolor va a desaparecer por simplemente desear que así sea. Lo importante es que estas dos condiciones no determinan el futuro. Tal vez no se sepa lo que es el amor, pero sí lo que no es y eso es suficiente para continuar sin mirar atrás.


[i] https://youtu.be/LZQV6NjR_bI