Tríada Primate

Poesía y Humanidades

No mala. Rebelde | OPDV #01

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Leonid Pasternak, The passion of creation

OPDV (Otro Punto De Vista) #01, una columna de Ana Laura Vera


En su ensayo La nueva escritura, César Aira menciona que “después de creado el arte, no quedó más remedio que seguir haciendo obras de arte”, incluso cuando éstas ya no aportaban nada nuevo a la vanguardia. Con esta afirmación, se abren una serie de cuestionamientos importantes: ¿La vanguardia dejó por lo tanto de tener seriedad? ¿Se rompe con ello el objetivo de la vanguardia? ¿Qué es una vanguardia entonces?

Comienzo este texto expresando que, de manera personal, no considero que la vanguardia haya perdido seriedad, sino más bien que se volvió categórica. A falta de otro objetivo que no fuera el de llenar de obras al arte, las vanguardias optaron por establecer parámetros en los cuales categorizar por temporalidad, estilo y contexto a las obras. Esto, a largo plazo, derivó en el desarrollo de ciertos juicios estéticos y de contenido que permitieran establecer diferencias entre “mala literatura” y “buena literatura”. La vanguardia, por tanto, perdió su sentido, al igual que el arte, y comenzó a llenarse de otra clase de expectativas.

Al continuar su exploración sobre este tema, Aira habla sobre una ley de rendimientos decrecientes, donde establece que “el innovador cubre casi todo el campo en el gesto inicial, y les deja a sus sucesores un espacio cada vez más reducido y en el que es más difícil avanzar”[1]. Sin embargo, opino que no existe ni resulta justo hablar bajo los términos de una ley de los rendimientos decrecientes, pues siempre encontraremos un menos y un más si nos dedicamos exclusivamente a las comparaciones, objetivo que, considero, no debería ser el del arte, mucho menos el de la literatura. Naturalmente, un tema que se toque por primera vez siempre se percibirá más rico y abundante que al tocarse por décima o centésima vez, pero la necesidad de determinar si un tema se ha tocado lo suficiente o en exceso ha orillado a realizar constructos sociales a que los autores se empeñan en pertenecer, queriendo lucir una etiqueta de “buen autor”, evitando caer en la “mala literatura”, mala por redundante.

Pero, si se rehúye a esta categorización, puede que entonces sea posible percibir la “mala literatura” como mala en el sentido de “rebelde”, pues en una literatura de comparaciones, es rebelde el que no busca ser comparado. Una literatura que ofrezca la posibilidad de expresión sin necesidad de un juicio categorizador de por medio, sino evaluada por el contenido emotivo o incitador dentro de ella, podría tener un futuro más prometedor que el que Aira ofrece respecto a las vanguardias. Propongo entonces la rebeldía de almas como la única categoría literaria y artística válida para juzgar la calidad. Quizás la categoría a la que vale la pena aspirar entonces es a ésta.

Por otra parte, a diferencia de lo que dice César Aira sobre la reducción del espacio, ¿en qué momento histórico y sobre qué peldaño de superioridad intelectual se estableció que no se puede escribir sobre lo ya escrito? Si Wittgenstein afirma que sólo se puede pensar lo pensable y Kant se dedicó a averiguar hasta dónde llega eso “pensable”, ¿por qué no podría ser la literatura quien demostrara que incluso lo “pensable” puede crearse y hacer surgir entonces mil Rayuelas nuevas, con su propio lenguaje, sentido, dirección y objetivos? Es decir, si el problema es que no hay sentido en hablar de lo ya hablado, entonces es necesario inventar lo inventado; si el objetivo fuera únicamente buscar nuevos campos que no se hayan tocado, seguiríamos alumbrándonos con candelabros, pues “luz ya había”. Por supuesto, este es un ejemplo muy burdo para explicar la idea, pero cumple con la meta, ya que siempre se pueden hallar nuevos contenidos a lo que se ha tocado más de una o más de cien veces.

Una literatura que busque la rebeldía sería entonces propositiva, en un aspecto de ofrecer a su lector nuevas aproximaciones al estudio del mundo, del alma y de la vida misma, incluso si estas aproximaciones ya han sido exploradas. Aira opina que el espacio se reduce, yo, al contrario, opino que se expande. Aquellos autores que exploran un campo por primera vez, no hacen más que abrir la puerta a un universo entero de posibilidades, mismas que difícilmente se pueden agotar por el arte, que es apenas una ventana para traducir esas posibilidades.

Cabe aclarar que no todo es desacuerdo con el texto. Mi opinión coincide con la de Aira en el sentido que tiene la vanguardia como intento de “recuperar el gesto del aficionado para inventar nuevas prácticas que devuelvan al arte la facilidad de factura que tiene en sus orígenes”[2]. Si el arte, en un principio, era una interpretación personal de una realidad tangible -o no necesariamente tangible, pero sí empírica-, era posible afirmar que el arte podía originarse de igual manera en cualquier individuo, siempre y cuando éste encontrara la forma de expresar lo inexpresable, lo que requiriera dar ese paso entre simple expresión y obra de arte. La vanguardia entones, antes de corromperse y contraerse en un objetivo cuadrado de clasificación, debe retomar su naturaleza y volver a fijar el puente entre el ser humano y la expresión artística, cualquiera que sea el medio predilecto. Esto me lleva a su vez a otro punto de coincidencia con el autor: el peligro que representa la profesionalización en el sentido de que limita el acceso a la categoría de arte. Si la vanguardia se limita al establecimiento de parámetros -a veces irreales-, es una meta inalcanzable la denominación de arte, obra de arte y artista. El desvío que han tenido las vanguardias hasta volverse castigo e insignia al mismo tiempo, dependiendo de la categoría en la que los teóricos y críticos literarios nos coloquen, pasa entonces de ser un rompimiento en la tradición a ser un espejismo en medio de un desierto de comparaciones injustas. Incluso coincido con la idea de que el procedimiento también forma parte de la obra, pues es en el procedimiento donde se encuentran los músculos tensos del trabajo artístico. Es el proceso de escribir La metamorfosis la mitad del camino para ser Franz Kafka, la obra publicada es solamente el final de ese viaje. El problema entonces con la vanguardia es que se limita a valorar los resultados, descartando con ello el trayecto completo. Es en ese escenario que la obra de Phillipp Mainländer se publica dentro de los límites que la categorizan como filosofía existencialista relegando al olvido el proceso de escritura que lo llevó al suicidio, ¿y qué puede ser más poético, más artístico, más vanguardista, más existencialista que eso?

¿Es necesario, por tanto, un replanteamiento del concepto de vanguardia? ¿Qué debe entonces abarcar la vanguardia? Siguiendo la trayectoria que se ha abierto hasta este punto, suena plausible proponer una idea de vanguardia que abarque no solamente el resultado, sino el proceso mismo, comenzando por la intención. La vanguardia, más que obstáculo, debe ser una vía, una ruta para alcanzar la categoría de arte en cualquiera de sus expresiones, principalmente porque, en cada época, ya es bastante vanguardista permitirse la expresión sincera de las opiniones. Quizás deba ser un ofrecimiento, un reto, una invitación y dejar con ello de ser una serie de lineamientos y consideraciones que revistan a uno o varios individuos con el poder de determinar la calidad de la literatura existente. De lo contrario, habrá un sinfín de artistas en potencia que, en vistas de revelar la indomable naturaleza del alma humana en el campo minado de la literatura y el arte, quizás preferirán no hacerlo.

La vanguardia es entonces más coherente si se presenta como el procedimiento que vuelve a los orígenes. Si el arte es “el intento de llegar al conocimiento a través de la construcción del objeto a conocer”[3], tiene sentido la idea básica -y hasta primitiva- de que el arte es un reflejo del mundo, y a través de ella conocemos el mundo y nos conocemos a nosotros mismos. Entonces, puedo negarme a caer en una categorización que dé pie a determinar qué obras literarias son más o menos originales, novedosas o redundantes, vigentes o anticuadas, mejores o peores que otras. Es preferible explorar una “literatura rebelde” que no sólo refleje al mundo, sino que construya más mundo, incluso más de este, del que aparentemente ya se ha escrito todo.


Notas

[1] Aira, César, La nueva escritura, p. 1
[2] Idem
[3] Ibid, p. 3