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Poesía y Humanidades

Poesía guatemalteca Vol. I: Werner Ovalle López | OXIB NOJ #14

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OXIB NOJ #14, una columna de Eleázar Adolfo Molina


Nació la luz sobre la flor del mundo; / hubo explosión de azules geometrías, / y desde el cielo locas chirimías / dieron euforia del amor fecundo.

El poeta nació un 18 de mayo de 1928, en la Villa de San Luis Salcajá. Se graduó de médico y cirujano en la facultad de medicina de la Universidad de San Carlos de Guatemala. Además de ser un doctor de cuerpos y curar enfermedades, se doctoró en la formación de versos, construcción de imágenes y se convirtió en una de las mentes más brillantes que la región de Los Altos ha regalado a Guatemala.

El contexto del momento más importante de su obra se vivió en la época dorada de la ciudad de Quetzaltenango, misma época que marcó el inicio de una vida con sueños democráticos y aires de revolución. Fue testigo como todos los de su generación de la caída eminente y silenciosa del dictador guatemalteco Jorge Ubico. El general que arrebató a la región el sueño de un medio de transporte extraordinario. El mismo general que dinamitó la Torre a Centro América y en su lugar mandó a construir un obelisco en honor del padrino utópico de su vida propia y de la revolución liberal, el general Justo Rufino Barrios.

Fue testigo del intento fallido de dictadura de Ponce Vaides y escuchó en las radios de la época, el golpe militar y la revolución del 20 de octubre de 1944, qué dio paso en el liderazgo nacional a un oportunista militar joven, oriundo de nuestras tierras de nombre Jacobo y de apellido Arbenz.

Los grandes centros urbanos siempre han sido lugares de encuentro, en donde formas de expresión, de pensamiento y de arte, encuentran un punto en común que marca la reunión de dichas expresiones a la par del desarrollo ya sea industrial o comercial de la urbe. La Quetzaltenango de los años cuarenta vivía el surgimiento de nuevos pensadores, de nuevos artistas, la consolidación de muchos marimbistas y el surgimiento de figuras intelectuales que nos legarían grandes piezas musicales.

Aquella Xelajú tenía como vecinos y habitantes a Domingo Betancourt, Francisco Pérez, Víctor Villagrán Amaya, un novel Otto René Castillo, los hermanos Hurtado; personas que marcaban su liderazgo en las distintas especialidades propias y al hacerlo enaltecían el nombre de nuestra región, de nuestra tierra.

Se decidió reiniciar el Certamen de Juegos Florales de Quetzaltenango, censurados por la dictadura Ubiquista, recordándonos lo que Mario Vargas Llosa menciona a lo largo de sus obras y ensayos, los dictadores sean de derechas o izquierdas, siempre buscarán la censura de la literatura, pues de ella nacen las ideas y en ella se encuentra la humanidad libre de su realidad y de su ambición.     

El homenaje al intelecto volvió a tener vida y volvió a premiar a aquellos valientes que por medio de la poesía, se encontraban en una posición privilegiada para retarse contra los dioses y recrear al mundo y rebautizar las cosas. Nuestro poeta, fue testigo y parte de esa oleada de pensamiento a lo largo de la humanidad, que nos permitió disfrutar en aquella época de Gabriela Mistral, Miguel Ángel Asturias y Pablo Neruda.

Werner Ovalle López vivió una época privilegiada para las letras latinoamericanas, en donde por medio de las distintas vanguardias, los escritores tomando como arma a la poesía, nos brindaban las imágenes de nuestra realidad, en torno a las palabras construidas con arte y sentimiento, encontrábamos nuestra América.

Todo lo nuevo era bienvenido, aunque estos escritores, miraban con cariño y respeto a aquellos poetas que marcaron el camino. Seguramente el poeta en sus años de estudio, encontró en la poesía la forma de amar al mundo, de escaparse de la realidad, de catalizar la tristeza y las penas y verse reflejado en versos, sonetos, rimas, melodías, madrigales y en una hermosa elegía sonámbula.

Salcajá está presente en su poesía, como lo está la música de Jesús Castillo. Asistimos a una época en donde al país lo gobernaba Arévalo, la revolución impulsaba el arte y se daba preponderancia al intelecto.

Así, en 1946 se presenta a los Juegos Florales de Quetzaltenango, en donde el jurado califica y juzga, que sus “tres sonetos a mi madre” tengan una mención honorifica. ¿Quién iba a pensar que aquel doctor de 28 años sería el responsable de una transgresión a las letras años después?

Pues resulta que el poeta se rebeló contra aquello, contra el mundo, contra la vida, contra la indiferencia y tomó de su vida y sus paisajes, de las calles melancólicas de Salcajá las imágenes, sonidos y colores para construir en sus versos los detalles como bombas de palabras, como granadas de sonidos, explosiones de colores y silencios, de lunas y de liras, el poeta quiso ser Ícaro sin saber que era nuestro Prometeo.

La promesa a nosotros, los mortales hijos de sus letras, es encontrar en sus versos, un pensamiento del visionario, una profecía dictada con cariño, contenida en sus “Poemas de la búsqueda”, un texto titulado “Dedicatoria”:

A vosotros, poetas que no sabéis si la “l” / de la palabra lira es de luz o de luna / dedico este poema con raíz de relámpagos / ¡que su raíz nos una!

Así en 1948 consigue quizás su sueño juvenil, al cumplir los 30 años conquista la promesa del olimpo literario de su región, es premiado con el primer lugar de los Juegos Florales de Quetzaltenango, por sus versos, por una colección de poemas a las que tituló “Vida, pasión y muerte de Jesús Castillo y Elegía sonámbula”.

Aquí se pudre el llanto de la selva / rojo de amar los Cristos perseguidos; / aquí hay ríos de luto en los oídos / y una cruz esperándolo que vuelva. // Aquí no hay aleluya que lo absuelva, / ni corazón que preste sus latidos / para animar sus vértices dormidos; / aquí se pudre el llanto de la selva. // Aquí hay una elegía que lo llama; / una montaña que lo necesita; / un mar filántropo que lo reclama. // A fiebre que su voz era infinita / aunque esa fiebre mi soneto inflama / u alondra musical está marchita.

El soneto de “Pasión” de la obra premiada en las justas florales quetzaltecas. Imágenes y colores, sonidos mudos que en las letras se vuelven lluvia que rompe en estallido musical sobre las tejas de nuestra villa. Sobre la ibérica Salcajá de mis amores.

Supongo que aquel homenaje luctuoso a Jesús Castillo, fallecido en 1946, fue la catarsis para que el poeta encontrara su voz, permitiría a la literatura asignarle su tema, asignarle su misión. Darle voz al silencio de la milpa que canta en ondas tristes cuando baila con el aire en las tardes lluviosas de mayo y junio.

Denunció la indiferencia qué a su juicio sufrió el artista musical ante su muerte, una indiferencia que sigue a día de hoy en nuestro pueblo, azotado por malos gobernantes y por intelectuales ligths, de ocasión o pensadores de paga, que dicen lo que quieren escuchar y que en este momento, tienen a Guatemala al borde del abismo de un conflicto, por ideologías y falsos nacionalismos.

Ante la indiferencia a Jesús Castillo y su gran legado escribió: “(…) la indiferencia es un reto: / si no existes en mármoles tallado, / aquí tienes la estatua del soneto…”.

Toma el poeta la gran razón de la literatura, aquella que motivó a escribir a Tolstoi su “Guerra y paz”. Aquella que le excitó el intelecto para que nos regalara un relato extraordinario de Rusia ante la invasión napoleónica.

El recuerdo, la memoria, honrar a aquellos que se tiene que honrar, como lo hicieron los griegos, los romanos, como lo hizo Dante a lo largo del paraíso de su Divina Comedia. La memoria se vuelve en la literatura la fuente y la puerta para la inmortalidad. El mármol puede ser destruido, puede desaparecer, pero la poesía y la literatura, al ser palabra, traspasan, transgreden el tiempo y se vuelven eternidad.

Yo tengo labios de maíz. Yo canto / sin la fría corola de la muerte / y predico las alas de la harina / con una gran serenidad silvestre.

De las lecturas nacen los grandes poetas, escritores, los intelectuales. Werner Ovalle López es un humanista culto. A través de sus lecturas se puede realizar un intertexto que nos  permite conectar con autores extraordinarios y entender las referencias y su acceso a las vanguardias poéticas.

Recordemos que el poeta vive en una época experimental de las letras latinoamericanas. Vive con el mito y la sombra de Rubén Darío y su voz inmortal de Nicaragua. Es hijo modernista de Darío al buscar el arte por el arte en sus poesías. Además de encontrarse compartiendo, las imágenes propias modernistas, toma la noche, toma la luna, las estrellas y las palabras de azul oscuro, para poder encontrar una vereda.

De España, leo el eco de versos extraordinarios, de tres poetas identificados, en su “Padre Nuestro Maíz”, en uno de sus tantos versos, menciona a otro de sus padres literarios. Federico García Lorca. Sus romances, sus coplas y su teatro, aparecen en el rojo de la sangre y la denuncia. En lo flamenco y español de su canto, en lo rojo de la pasión de sus letras. Quizás Lorca fue la puerta magistral para encontrarse con dos grandes poetas, a los que les presta la melancolía, la tristeza, pero ante todo, les aprende la esperanza.

De los proverbios y cantares de Antonio Machado, resuenan las figuras y la melodía de sus poemas. El sentimiento de rebelión, de luchar contra lo establecido, de vivir el lado bohemio y melancólico de la vida. Ser un exiliado en tierra propia, no sentirse vecino, no encontrarse como habitante de una urbe, pueblo, un sentimiento de pertenecer al mundo y no a un pedazo de tierra. Al igual que el hermano de Machado, nuestro poeta murió lejos del hogar y hoy le cubre el polvo de una ciudad vecina. La calle de los poetas del cementerio general de Xela, guarda los restos mortales de uno de los más grandes hijos de San Luis Salcajá.

El tema recurrente del “Padre Nuestro Maíz” es la libertad, repite la palabra varias veces. La hace suya y al hacerla suya y transcribirla, nos la regala en un paladar de símbolos. De detalles literarios en donde encontramos la vida misma del autor… ¿quizás reflejada?

El mártir de las letras, Miguel Hernández, muerto por la dictadura española de Francisco Franco, aparece con el tema de la libertad y de la sangre. El intertexto que nos hace la obra de Ovalle López es extraordinariamente rico y profundo, nos refleja no solo el pensamiento y filosofía del autor, además nos demuestra que era un hombre de letras, de verdad letras, las leía, las vivía, las sufría. Podría decirse que la literatura era el escape para una vida que aparece cada vez más cuestionada. En “Padre Nuestro Maíz”, el poeta deja de ser hombre y se vuelve espíritu.

Nadie puede negar que el ruiseñor / tiene luz de maíz en la garganta. // Que la nocturna estrella silenciosa / tiene alas de maíz en la mirada. // Que en el río, en el mar, en el océano / sal y maíz son cónyuges del agua. // Que con maíz sembró Rubén Darío / su amapola de luz en Nicaragua. // Que como caña de maíz herido / García Lorca se quebró en España. // Y que con hombres de maíz se ha hecho / la patria espiritual de Guatemala. // Salve maíz amable, pan de América, mínima catedral de la esperanza.

Diez años después de la declaratoria liberal de su poesía, de legarnos un punto de encuentro melancólico en la tristeza de la vida. Ovalle López guardó silencio. Pero al igual que el mundo, la vida siguió como siguen las cosas que no tienen mucho sentido.

Arbenz se convirtió en nuestro presidente en 1951, es nuestro máximo mandatario más joven en toda la historia. 38 años. La revolución pasaba del socialismo espiritual de Arévalo a la práctica mutante y comunista de Fortuny para desventura de Arbenz.  

La Casa Blanca disfrazó sus intereses en miedo y amenazas, orquestando una contrarrevolución que en la vista de Arbenz, quiero pensarlo así, nos empujaría a una guerra entre hermanos. Pienso que por eso renunció el 27 de junio de 1954. Por eso se fue exiliado a una embajada en la capital de nuestra patria. Era un extranjero en tierra propia. Y al irse en el avión desnudo, Arbenz se llevó nuestra esperanza. 

Castillo Armas controló el país y se inventó un plebiscito, llegando a ocupar la presidencia, pero el que a hierro mata a hierro muere, las balas le cegaron la vida y nos brindaron el cultivo del nacimiento para guerra interna.

La vida es un constante juego de ciclos, así lo entendían nuestros ancestros los Mayas, así lo dejaron plasmado en su calendario y así lo han entendido la mayoría de poetas.

La literatura es igual, un ciclo de ideas, de sentimientos, un ciclo de vida. Es por eso que en 1960, Ovalle López se busca así mismo. De esa búsqueda nacen los poemas que lo llevarían a convertirse en inmortal. En plasmar su nombre en las placas de mármol del Teatro Municipal de Quetzaltenango. Ese fue el año cuando se le declaró maestro de la Gaya ciencia.

He descendido a todo y no desciendo; / la sonrisa del vértigo, el pecado, / la voz del mal, el sexo naufragado / y el luto antiguo del nacer muriendo. // He descendido a todo y ascendiendo / de mi propio descenso iluminado / fue mi último recurso su costado / de sangre rota y muerte amaneciendo. // Por eso el que desciende y ama puro / el ultra cielo de su verbo pleno, / de tan antiguo y lírico, maduro, // sabe y afirma que el dolor es bueno / cuando de su bondad nace seguro / el fuego del amor ultraterreno.

Ha cambiado la vida, los tiempos y el pensamiento. El mundo se transforma a pasos acelerados, ya no hay paciencia para la milpa y para esperar el fruto bendito de su vientre. La vida se acelera y el poeta ya habla de realidades distintas a la literaria, de ultra cielos y ultra terrenos.

Pareciera ahora tomar el pensamiento español de la colonia, donde todo aquello que viene del otro lado del océano es de ultramar. Pues parece que todo aquello que le nutre, que le mantiene vivo, que viene de otras realidades y que hace suyas, es de ultra lugares que permiten concebir en sus textos las ideas de un fin de ciclo, de un fin de vida, de quererse morir en medio de las letras y al hacer ese sacrificio mesiánico en la poesía encuentra la resurrección y la inmortalidad.

Werner Ovalle López vive el drama de todos los poetas, el buscar y el encontrar… algo realmente utópico que no se puede explicar con poesía, pero si con vida o muerte. El tiempo se nos vuelve relativo y la vida pasa en escala de colores, como los telares de las calles de esta bella villa, que buscan unir hilos para formar un solo textil de vida y esperanza.

No quiero que me llores, / fiel muchacha de junio, / no quiero que me llores.

Así se pasa la vida, los relojes caminan sin camino y sus barcos son naves formadas al más puro estilo de Sabina, de cascaras de nuez y de bandera llevan el olvido.

Sé que la muerte es noche duplicada / en un reciente más allá distinto / en donde no se sabe si el Jacinto / es ave con raíz o flor alada. // Sé que el olvido corta con su espada / malezas inmaduras del instinto: / por eso cabe el hombre en su recinto / de antiguo todo florecido en nada. // Sé que la muerte es ser lo que no fuimos: / semejanzas de Dios, lunas sin suerte, / viñas en primavera de racimos; / por eso afirmo que el olvido es fuerte / pues hace no morir lo que vivimos / y vivir, olvidados, nuestra muerte…

Así llegamos al 13 de diciembre de 1970, donde muere la persona pero nace a la eternidad el poeta. Su cuerpo fue sepultado en el cementerio de la Xelajú eterna.

Salcajá le guarda un cariño y respeto a su figura, el certamen floral de esta hermosa villa lleva su nombre. Pero creo que se debe valorar más al intelectual, potenciar más la cultura de Salcajá. Vivir el arte de manera y con otro contexto.

Por eso aplaudo a la corporación municipal encabezada por el señor alcalde Miguel Ovalle. Ya que soy testigo de primera línea del trabajo de esta tierra por la cultura. Agradezco la invitación de la licenciada Wendy Gramajo, de mi querido hermano Jonathan Rodas.  El apoyo extraordinario y leal de mi amigo Fabricio Amézquita quien me ha acogido en su Fábrica de Ideas. Agradezco a la vez el apoyo de Testigo Ediciones, a su director Rodrigo Villalobos quien cree en mis palabras, en mi arte. Quien se encuentra presente hoy entre nosotros.

A todos ustedes que me han leído, sírvanse disculpar a este carpintero, nieto del abuelo No’j, quien busca recobrar la memoria de los pueblos y demostrar que la poesía, como decía Cardoza y Aragón, es prueba de que nosotros existimos.