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Despojadme de mi sexo: la tragedia de las mariconas en un espectáculo drag (Crítica de Lady Dragbeth, de Fabián López) | The trash can of ideology #31

The trash can of ideology #30, una columna de Ángel de León


Como varón bisexual, he enfrentado distintas formas de discriminación, desde la indirecta de mi familia que, sin saber que yo estaba en el clóset, hablaban con desdén de actores y deportistas con matrimonios de compromiso “que en realidad son putos, pero si salen les revocan su contrato”, hasta la discriminación directa del acoso escolar, porque “te comportas como una niña y seguro te gusta la verga”.

Sobre esta clase de violencias habla la puesta en escena Ladydrabeth, del creador escénico no binario Fabián López. Violencias que, bien pensado, no trascienden el lugar común: inundan estados de Facebook y espectáculos de stand-up. Sin embargo, conforme avanza el espectáculo de Ladydragbeth, descendemos de estas violencias, más bien simbólicas (y padecidas, incluso, por heterosexuales, que si no tienen novia en la secundaria caen bajo la sospecha de ser, también, maricones), hasta aquellas que inciden directamente en el cuerpo, como cuando a Ladydrabeth, la maricona de la escuela, la golpearon sus compañeros. El espectáculo, sin embargo, no se detiene ahí; pasa primero, en un momento de complicidad con el público, por la lectura de noticias sobre violencia contra la comunidad sexodiversa (desde golpizas colectivas hasta asesinatos), fácilmente accesibles en el buscador de Google, para finalizar con dos potentes vueltas de tuerca: la de la violencia que la maricona ejerce sobre sí misma y, finalmente, la que ejerce, desde el poder, contra las otras mariconas.

En este sentido, el espectáculo, que pretende dar visibilidad a “las violencias que sufrimos y ejercemos las mariconas”, ofrece distintos momentos de reconocimiento y distancia que resultan interesantes: una persona heterosexual que asista a Ladydrabeth, recibiría un primer golpe de otredad frente al relato de la experiencia de estar en el clóset y tener serios conflictos con el nombre propio; es distinta la experiencia de un individuo que no es heterosexual, que parte de una identificación con el personaje, para después asomarse a cosas que tampoco le han sucedido: a mí nunca me han golpeado por mi orientación sexual, y fue un momento de enorme extrañeza ver que hay otros a quiénes sí, pero es que mantengo, todavía, el privilegio de ser cisgénero… en este sentido, la amplitud de la comunidad LGBTTTIQ+ se despliega frente a los ojos del espectador, que muchas veces se acostumbra a reducirla a un par de experiencias, las más “normales” y discretas, para enfrentar se a la potencia de una voz cuya condición es tan marginal, tan juzgada y temida, que se ve obligada a “volverse la más perra para sobrevivir”.

De ahí el dolor del drag, que precisamente cuando se pone más vulnerable (cuando se viste de mujer), cuando más atrae la mirada de los guardianas del orden patriarcal, es cuando se siente más fuerte. En esta condición paradójica radica la potencia del montaje, que presenta un cuerpo al que las mismas situaciones le provocan, a la vez, dolor y placer; que vive cierrtas experiencias, al mismo tiempo, como ser oprimido y como ser emancipado, en la ambigüedad, a la vez dolorosa y libre (y, por lo tanto, trágica), del género fluido, que en la figura del drag, muchas veces, al mismo tiempo que se aparta, por temperamento y carácter, de los atributos “masculinos”, se ve forzado a adoptarlos, endureciendo el corazón, la sensibilidad y todos esos atributos “femeninos” que hacen que a uno le digan maricón, para poder sobrevivir. Como lady Macbeth, la drag queen que comparte con el público sus experiencias de vida, se ve forzado (a, e) a entonar la oración funesta de la reina de Escocia, que Fabián López, en un tono fársico, declama cerca del principio del espectáculo: ¡Espíritus, venid! venid a mí, puesto que presidís los pensamientos de muerte! Privadme ahora de mi sexo y llenadme de la más temible crueldad, desde la coronilla al pulgar del pie: espesad mi sangre ¡Que se bloquen todas las puertas a la piedad! ¡Que no vengan a mí contritos sentimientos naturales a perturbar mi propósito cruel, o a poner tregua a su realización! ¡Venid hasta mis pechos de mujer y transformad mi leche en hiel, espíritus de muerte que por doquier estáis -esencias invisibles- al acecho de que Naturaleza se destruya!¡Ven, densa noche, ven y envuélvete en el mas maldito humo de infierno, para que mi agudo cuchillo no vea sus heridas, ni el cielo atisbe  a través de las  mantas de la tiniebla  para gritar ¡basta, basta!. En el limbo entre la verdadera naturaleza y la coraza que hay que portar para hacer frente a un mundo hostil, el ser no binario renuncia, como la protagonista de la tragedia shakespeariana, a su sexo: de ahí su fuerza, pero también su dolor.

“No lo disfruté, pero fue un sexo increíble”, confiesa en medio de la anécdota sobre un encuentro casual con un “activo vergón con lugar” a través de Grindr. “Las mariconas”, declara, “¿cuántas veces no nos rechazamos a nosotras mismas cuando ponemos no pasivos, no afeminados, para ir a coger con un activo vergón sin lugar”.

En estos momentos, donde descendemos, como en la tragedia de Shakespeare, a la oscuridad, está el mayor potencial del espectáculo. Le vendría bien, sin embargo, para que acabe de cobrar sentido la invocación de la tragedia de Shakespeare, un recorte a la dramaturgia: el espectáculo, aunque nunca aburre (con su alternancia entre coreografías, admirablemente interpretadas por el intérprete con música pop emblemática de la comunidad LBTQ, chistes subidos de tono e interacciones con el público), es desigual en su desarrollo, y presenta, acaso por la incontinencia escritural que invade a los jóvenes dramaturgos cuando hablan de su propia experiencia, algunos problemas de ritmo. Un recorte a los distintos segmentos del texto, en busca de lo esencial, potenciaría mucho los distintos niveles del espectáculo: el dramaturgo debe aprender que no se puede decir todo, que algunas cosas hay que callarlas, confiar en que el público descifrará el chiste, intuirá el secreto… en términos de dirección, hay que calibrar cuando un momento de comicidad o patetismo se ha extendido demasiado, pues, aunque algunas redundancias pueden tener un efecto cómico o potenciar el pathos, y la confesión directa y cruda puede tener un efecto transgresor (como sucede, en efecto, varias veces en el espectáculo), a veces son sólo eso: redundancias y material crudo, que falta pulir. Calibrar cuanto tiempo debe durar una escena es uno de los retos de la dirección escénica: advertir en qué momento se agota el efecto buscado, para así profundizar en las posibilidades que tal efecto abrió, y que a veces se quedan sin explorar. Son riesgos habituales en este tipo de espectáculos, que denuncian la violencia desde un lugar personal de opresión y que, en este espectáculo, se sortean cuando el intérprete consigue, o bien, distanciarse de sí mismo, o bien, sumergirse en las tinieblas: son estos procedimientos los que permiten trascender el lugar común y la victimización, sin por ello renunciar a la necesidad de la denuncia.

El equipo está integrado exclusivamente por miembros de la comunidad sexodiversa, lo cual es un gesto esperanzador y refrescante frente a la ingenuidad de la cultura de la inclusión, donde se busca, tantas veces, el gesto paternalista del opresor de que se digne a representar a las “minorías”, lo que implica, por lo general, que sean ellos, los que ostentan el privilegio, quienes diseñen y adapten su discurso y su voz a las exigencias del mercado y la ideología dominante. En Ladydrabeth, las mariconas hablan, en nombre propio, con su propia voz, sin necesidad de que otro cuente sus historias: exhiben su dolor y sus contradicciones frente al público, no buscan ser representados, pues bien se sabe que la representación –de ahí su problema político–, se da, necesariamente, en ausencia de lo representado.

Confío en que, con el transcurso de las funciones, Ladydragbeth, con la potencia del discurso que ya está gestando, haga descender la noche, para asestar el golpe mortal contra la estructura que la oprime (y que a veces, ella misma encarna). Para que mi agudo cuchillo no vea sus heridas, ni el cielo atisbe a través de las mantas de la tiniebla para gritar ¡basta, basta

* Lady Dragbeth es un proyecto beneficiado por el Sistema de Apoyos a la Creación y Proyectos Culturales (FONCA) en el Programa de Creadores Escénicos 2021, dentro de la vertiente “Creadores Escénicos en Formación”. La cual, cumplirá con una temporada de funciones a partir del 04 al 25 de agosto, los jueves a las 20 horas, en El77 Centro Cultural Autogestivo, (Abraham González No. 77, col. Juárez, CDMX). Costo general: $250. Estudiantes (presentando credencial) $200. Y dragas (presentándose en drag) $150.

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