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El transporte público, una tragicomedia mexicana | Apología de lo mundano #22

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Apología de lo mundano #22, una columna de Paola Arce


Además de las tortas de tamal y los tacos de canasta, las redes de transporte público son un elemento que le da sentido y carácter a la Ciudad de México. Su apariencia tan específica y el folklor chilango que se cuece en cada viaje se vuelven referentes culturales e históricos. La oportunidad de transportarse de un extremo a otro no la tienen todas las ciudades del país, en sus entrañas de cables y motores se entreteje el imaginario social con la nerviosidad moderna y la cultura del citadino.

Cada medio de transporte tiene su propia esencia y jiribilla. Mucho se puede aprender de la historia de la ciudad a través del metro, los transbordos más largos en ocasiones tienen una que otra sorpresa que hace más llevadera la caminata subterránea. Uno de estos ejemplos es el Tunel de la Ciencia en metro la raza; fue inaugurado el 30 de noviembre de 1988 y se convirtió en el primer museo del mundo ubicado en un sistema de transporte colectivo, con frecuencia tiene exposiciones temporales disponibles para aquellos que no corran con tanta prisa y tengan tiempo de mirar a su alrededor. Cerca está una central de autobuses lo que convierte a este punto de la ciudad en uno de los más transitados por locales y foráneos. Otro elemento que hace al metro un icono cultural es la tradición iniciada en el año 1972 con la emisión de boletos conmemorativos que celebran a personalidades mexicanas como el caricaturista Rius, la actriz María Félix, el luchador El Santo y más recientemente el poeta del pueblo, Joan Sebastian. También se reconocen a diferentes museos, instituciones y eventos deportivos en estas emisiones peleadas y valoradas por coleccionistas profesionales o por aquellos amateurs fanáticos que no tenemos tanta enjundia y disciplina.

Mientras tanto, en la superficie, los camiones, combis y peceras tienen sorpresas que van desde la mejor playlist del reggaetón de los 2000’s reproducida en potentes bocinas que ponen a vibrar el metal, cómicas estampas con las frases: “no subo gordas” “unidad vigilada por mi suegra”, “la bajada es por atrás”, “no tires basura no seas puerco”; mezclas de olores a pino, orina y sustancias de procedencia desconocida; hasta vendedores ambulantes, payasos que toman a los pasajeros como insumo de su comedia, raperos urbanos, vendedores de dulces caducados y asaltos a mano armada. Una mezcla campechana.

Una de las más agradables y refrescantes sorpresas que me han dado los camiones me la llevé en esas casualidades fortuitas: había olvidado mis audífonos y tenía que recorrer un gran tramo de la ciudad sin el acompañamiento de mi banda favorita, Depeche Mode. Cuál fue mi sorpresa al averiguar que el chofer del camión al que subí era también gran fanático, por lo que tuve una hora y media ininterrumpida de una selecta recopilación de éxitos, las escenas cotidianas, los comercios de la calle, los transeúntes y los faros fundidos se revelaron con otro ritmo mientras sonaba But Not Tonight. Las rutas de camiones son las arterias de la ciudad, algunas llegan a lugares donde no llega ni Dios. Sus choferes son audaces y están dispuestos a arriesgar 30 vidas por ganar una carrera en contra de la ruta rival. Nada que envidiar a los parques de diversiones en cuanto a emociones fuertes y adrenalina se trata.

Pero no todo es algarabía y coincidencias agradables, otro elemento vital del transporte público es la gente, la mancha urbana que se traslada en grupos de miles. Como es de esperarse, además de encontrarse los cuerpos se enfrentan los trastornos y problemas mentales reflejados en empujones, gritos y sombrerazos. La convivencia urbana lleva intrínseca un grado de violencia, se instaura la ley de la selva que reza que aquel que sea la más gandaya podrá sobrevivir y llegar medio segundo antes que los demás a su destino. La población en la capital crece cada año exponencialmente, la realidad del transporte público es que apenas y se da abasto para transportar a media población, nunca falta la frase “si no te gusta vete en taxi” o “ni que vivieras en las lomas”, en medio de alguna discusión por la invasión del espacio personal. Detrás de estas expresiones, se esconde la idea de que debes soportar las malas condiciones, mereces malos tratos y empujones por no ser capaz de procurar otro medio de transporte para ti. Aunque las áreas de espera y salida están marcadas en el suelo y los asientos reservados están plenamente identificados, el mexicano vive bajo el lema “primero yo, después yo y al último, si queda tiempo, yo”.

Dentro de la vorágine siempre nos quedarán los paisajes urbanos, los actos aleatorios de bondad y las ofertas del vagón.