Apología de lo mundano #14, una columna de Paola Arce
Hace unos días la gimnasta Simone Biles se retiró de la competencia Olímpica para cuidar su salud mental. La noticia dio la vuelta al mundo sobre la importante lección que estaba enseñando: la mente importa.
Los juegos Olímpicos, en donde las y los semidioses se disputan un lugar en la memoria del mundo. Muchas miradas se dirigen hacia allá. La inauguración con su emotivo mensaje de esperanza ante el apocalipsis de esta década no ha modificado el curso de las condiciones actuales, el cambio no puede ser revertido. Estamos justo en el ojo del huracán donde todo es más tranquilo. No sólo son los juegos Olímpicos, es la inauguración después del fin del mundo, el parche en la herida y Simone renunció a eso.
La vida es un ejercicio de dejar ir; meter progresivamente en las rendijas del sillón de los hechos no ocurridos las plumas de colores, monedas de 50 centavos, el juego de geometría, tazos, el disco de Fey, personas, lugares, pilas de control remoto, escenas de película, días enteros con sus noches. Pero renunciar no es cualquier cosa, implica un sacrificio. Una palabra contundente, como cuando cae una piedra en el agua, re nun ci ar.
“¿A qué se refiere uno cuando dice Quemar las naves?
Quemar las Naves, Francisco Franco Alba
A que para poder irte tienes que romper con lo que dejas atrás”
En 2007 Irene Azuela y Ángel Onésimo protagonizaron la historia de dos hermanos que se alienan de los diques sociales mediante la renuncia de sus condiciones prescritas. Su madre, una cantante retirada enferma de la sombra de una carrera brillante los mantiene en el dilema de vivir o desaparecer, renunciar ¿sí o no?
¿Es en realidad difícil decidir? o sólo es que se interpone lo que “los demás”, cuales quiera que sean esos, digan o piensen. ¿Cuál es la diferencia entre la encrucijada a la que se enfrentó Simone y las batallas diarias con la voz interna que te dice que no eres, que nunca serás? La comodidad con las propias decisiones es una bandera de libertad ante el mundo, arrasar con las condiciones del contexto y el obscurial de las complicaciones sentimentales. Las grandes historias están plagadas de renuncias tan desgarradoras como definitivas, Meryl Streep con su interpretación de Shopie en la película La decisión de Shopie (1982) atravesó la espina dorsal de la humanidad con su emotiva representación de las consecuencias de más de una determinación de vida; son irreductibles, irrefutables, irreversibles y moldean mediante resquebrajamiento.
Esta pandemia ha traído entre la marea de la cloaca destapada la visibilización evidente de problemáticas como la violencia de género, el cambio climático, la vulnerabilidad social, entre muchas otras no menos importantes. Sin embargo, también ha dejado diversas enseñanzas sobre la mirada hacía uno mismo, la importancia del auto conocimiento y auto cuidado. Conocerse de manera intima implica atravesar cuartos oscuros, pero la claridad que ofrece permite sentirse en correspondencia con lo que se piensa y siente ¡qué importante es! Sin esa iluminación se está expuesto a perderse en las preocupaciones por el qué dirán, a volverse presa de los ímpetus sentimentales y acabar perdiendo la identidad. Cambiar por otros es mentirte a ti misma.
Insisto, no es cosa fácil. Las decisiones sobre obtener una cosa u otra son listones rojos en la cintra métrica de vida que nos recuerdan: fue aquí. Tampoco se trata de una dicotomía entre blanco y negro, la lucha se cuece en los matices. No siempre se encuentra el valor necesario para elegir entre lo que necesitas y lo que más deseas.
Pero la lección que nos enseña Simone no sólo se encuentra en renunciar, si no en el deber respetar y honrar las decisiones ajenas más allá del deseo egoísta de nuestras expectativas depositadas en las personas.
Y si Sísifo tuviera la opción de renunciar ¿lo haría o continuaría empujando la roca mientras mira por el rabillo del ojo a los Dioses?
¿Qué se necesita saber de una misma para renunciar a algo?
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